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El otro día me hizo gracia escuchar mientras me cobraban en la frutería la frase: “los pepinos del terror”.

Pepinos, que por cierto, estaban riquísimos y me supieron a gloria con una salsa de yogur casera.

Tiene un cierto morbo eso de comer el alimento estigmatizado de moda. En España, en el “nivel usuario”, donde somos más pasotas, tendemos a pensar que cuando a alguno le cae la letra escarlata es cuando más controles recibe, más barato sale y más fácil resulta encontrarlo. ¡Todo ventajas! A ver si demonizan las frambuesas y moras…

Si tú tampoco temes a la muerte, seguramente no hayas dejado de comprar esta refrescante hortaliza, entre cuyas bondades se encuentra su uso cosmético.

¿Sabes todo lo que puede hacer por tu belleza un humilde pepino?

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Aprovechando su contenido en folatos, vitamina C, algo de vitamina A, potasio, fósforo y magnesio, azufre, yodo y níquel, puedes hacerte con él una estupenda mascarilla que dará suavidad a tu piel, ayudando a blanquearla un poco y a atenuar las líneas de expresión.

Se cuenta que la francesa Ninon de Lenclos usaba el zumo de pepinos para rejuvenecer su piel, preparando un aceite con esos fines que consistía en:

-Pelar y cortar ¼ de kilo de pepinos y calentar (sin hervir) en 1 ½ litro de aceite de oliva, y luego, tras enfriarlo, pasar por un colador. ¡Listo para ser usado!

Otra buena idea es preparar una leche de pepinos, con una taza de leche y un ejemplar pequeño.

La preparación no puede ser más sencilla. Se licúa el pepino y se mezcla su zumo con la leche. Se aplica en la piel con algodones, se deja reposar unos minutos y se retira con tisús.

Esta mezcla es astringente, nutriente y deja en la piel una sensación de frescor muy agradable.

El licuado de pepino  tiene múltiples usos. Otra cosita que puedes hacer con él es añadirlo a tu champú en el momento del lavado –el zumo ha de estar recién licuado para que no pierda propiedades-.  Observarás que lo deja nutrido, sedoso y brillante. Y ya si lo combinas con licuado de zanahoria y perejil ni te cuento…

El clásico más clásico de todos, sin duda, son las rodajas sobre los ojos para atenuar ojeras y bolsas, o directamente sobre todo el rostro para absorber el exceso de grasa. De hecho, mientras escribo esto, me veo a mí misma de esa guisa, y aún más, con toda la parafernalia: los pies por alto, en albornoz, y con las burlonas risas de pareja e hijo acompañando al casero ritual. Que se rían, oigan, a mí, ¡me importa un pepino!

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