Seguramente siempre que pienses en la imagen de un bebé estándar, clásico, rubicundo y con todos los aderezos de su edad (moflis rellenos, ojos de Bambi enormes y limpios rodeados de pestañas infinitas, balbuceo, torpeza y ternura), descubras que ese rotundo Bebé Por Antonomasia emite un ruido extraño. Algo así como “chuic, chuic, chuic”… ¡Es su chupete! Ese infatigable compi de avatares e infortunios que no se quitan, trifulca mediante, ni para dormir ni casi para comer.

El chupete es la continuación artificial –y muy adictiva- del pezón materno. Les sosiega y acompaña, pero no sólo eso: hay expertos que afirman que incluso previene el síndrome de la muerte súbita del lactante por los micro-despertares que produce. También incrementa levemente los niveles de dióxido de carbono y el tono muscular de las vías aéreas.

Si tu hijo es adicto al chupete, no te alarmes. Hasta los 18 meses, tienden a llevarse y reconocer todo a través de la boca y conviene dejarles el chupe ya que evita el mal mayor de que lo sustituyan por los dedos, un hábito aún más capaz de destrozarles el paladar y más difícil de eliminar.

Mientras tu hijo use el chupete, basta con seguir unas sencillas normas de higiene y lógica.

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