Tradicional y canónicamente, entendemos que la elección del maquillaje debe pasar por un posicionamiento de partida concreto: ojo o labio.

Playa o montaña, escote o minifalda, postre o tipazo, la vida está llena de engorrosas disyuntivas que exigen una determinación firme y definitiva, sin arrepentimientos ni miradas atrás. ¿En todos los casos? Por fortuna, no literalmente. Siempre se puede hacer un personal batiburrillo que combine todo adecuadamente. Lo importante es conocerse bien y saber qué y cómo se quiere. Por ejemplo, si te levantas con la idea de lucir un look de labio marcado y potente que atraiga todas las miradas.

El primer paso es preparar bien las mucosas para que acojan y reflejen el color elegido en todo su esplendor.

Una exfoliación suave frotando con un cepillo de dientes basta para retirar las pielecitas muertas, tan habituales en climas secos.

A continuación, te recomiendo que te apliques un buen producto hidratante específico para dejarlos nutridos y jugosos. El que te vaya bien. Si te queda exceso, retíralo con un tisú y a continuación enfréntate a la verdad. Mírate al espejo, ponte la mano en el corasonsito y sé franca contigo misma. ¿Cómo son tus labios? ¿Finos, gruesos, bien dibujados? ¿Cuál es el color de tu piel, de tu pelo, de tus ojos? La elección del tono y del acabado en mate o brillo dependerá de la sinceridad de tus respuestas.

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