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De la recomendación papal a la demonización y de nuevo a la lista blanca, con renovados galones dealimento esencial’. Ésa es la carrera moral de unos cuantos alimentos saludables que despreció la medicina para volver a sacarlos del ostracismo. Todo esto nos importará poco de aquí a escasos años, cuando logremos colonizar otro planeta y sobrevivamos de nuestras píldoras de aminoácidos, vitaminas y minerales. Entre tanto, tenemos que confiar una mijita en el consenso médico, otra en el instinto, y otra en el sentido común –esa entelequia-.

¿Desterraste de tu vida –oh, cómo te arrepientes- las palomitas y el chocolate y ahora te estás redimiendo zampándolos a dos carrillos? La clave, sea el comestible muy sano o menos, es siempre la moderación. Aunque una se sienta más tranqui si el choco y otros tantos alimentos apetecibles se integran en la honrosa categoría de lo benéfico. Para quedarse hasta que cambie el viento. ¡Si lo hace!

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1. El aceite de coco.

Antigua sabiduría: el aceite de coco es una bomba de grasas saturadas que debe evitarse como la peste.
Nueva sabiduría: el aceite de coco puede curar muchas dolencias.

Sorprendente, ¿no? Estamos hablando de un cambio radical de postura.

El aceite de coco fue estigmatizado tras algunos cuestionables estudios de hace unas décadas, que testaron parcialmente sus grasas hidrogenadas como nocivas. Ahora sabemos que el proceso químico de hidrogenación es lo que enferma. Esto se cumple en cualquiera de los aceites, no sólo en el de coco.

La nueva evidencia sugiere que el aceite de coco sin refinar ofrece beneficios excelentes a la salud. Aunque sea una grasa saturada. ¡Porque el consenso científico sobre su maldad en nuestros cuerpos está cambiando! Los estudios recientes revelan que las grasas saturadas como la del aceite de coco ayudan a reducir el colesterol “malo”. Rico en ácido láurico, también posee propiedades antibacterianas, antivirales, antimicrobianas y anti-inflamatorias. En nuestro sector concreto, llevamos ya un tiempo asistiendo al apogeo de este aceite como magnífico ingrediente beauty, parte de cremas para la piel y el pelo, jabones, y como enjuague bucal.

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2. Café.

Antigua sabiduría: el café contiene cafeína, ¡y no es buena para ti!
Nueva sabiduría: el café está lleno de antioxidantes y otros nutrientes que mejoran la salud. En pequeñas dosis, la cafeína hace girar el mundo…

En realidad, la mayor parte de los consumidores nunca terminaron de amedrentarse ante el café, aunque algunos abjuraran o se pasaran, sacrilegio, al descafeinado.

Varios estudios importantes de los últimos tiempos desentierran una abundancia de beneficios en la taza normal de café. Como bien notamos en nuestras taciturnas carnes, la cafeína aumenta la energía. También se ha demostrado que mejora el rendimiento neuronal y la lucidez, la memoria, la capacidad de reacción, el estado de ánimo, el de alerta y la función cognitiva en general. También aumenta el metabolismo, disminuye el riesgo de diabetes tipo II, protege del Alzheimer y la demencia y reduce el riesgo de Parkinson. ¿Nos tomamos uno?

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3. Leche entera.

Antigua sabiduría: la leche entera conduce a la obesidad. Hay que educar a los niños en la cultura de lo descremado para crear hábitos que duren toda la vida.
Nueva sabiduría: ¡JA!

Un estudio de la Universidad de Harvard encontró que, contraviniendo las recomendaciones, los niños que toman productos desnatados no son más delgados ni están más sanos. De hecho, el resultado fue el contrario: los niños de lo light eran más gordos. La razón es que desarrollaban propensión a comer más comida chatarra, lo que dispara los niveles de azúcar en sangre y termina en un nuevo deseo de comer más basura. Como dice uno de mis más sabios amigos: coge un círculo, acarícialo, y se hará vicioso.

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4. Sal.

Antigua sabiduría: la sal mata. Aumenta la presión sanguínea, causa hipertensión e incrementa el riesgo de muerte prematura.
Nueva sabiduría: la sal es esencial para la salud. En dosis moderadas, puede prevenir la muerte prematura.

Lo gracioso es que la nueva consigna en realidad es muy anterior a la antigua. Antes de que la sal tuviera peor consideración que el azúcar, las grasas o el alcohol, se creía que era tan valiosa para el cuerpo como para el alma, y fue utilizada literalmente como moneda de cambio.

“Sustancia divina” para Homero, “venerada por los dioses” según Platón, para los romanos era, tal cual, la sal de la vida. ¿Qué pasó en estos siglos para que pasáramos a temerla como a la súper villana de la mesa? La causa no es tanto la sal pura como la adición a la comida procesada, tan cara para algunos consumidores.

La sal sin refinar, como la marina o la del Himalaya contiene muchísimos minerales valiosos. Es compatible con la función tiroidea, acelera el metabolismo y acelera la eliminación de cortisol, la hormona del estrés que genera el aumento de peso. Por si fuera poco, mejora la digestión y es un antihistamínico natural: una pizca sobre la lengua puede prevenir una reacción alérgica.

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5. Chocolate.

Antigua sabiduría: el chocolate hace que te salgan granitos y da acidez.
Nueva sabiduría: el chocolate negro (a partir de 70% de cacao), está lleno de antioxidantes.

Qué buena noticia supuso para los adictos al chocolate del mundo –entre quienes me posiciono en cabeza-.

Tras unas décadas de vilipendio, el New York Times publica en 2001 el nuevo consenso científico. Diez años después, el chocolate ocupa los primeros puestos de las columnas de lo BUENO PARA TI.

En 2011, un estudio de la Universidad de Cambridge llega a la conclusión de que probablemente reduce las tasas de accidente cerebrovascular, enfermedades coronarias e hipertensión. Los últimos estudios revelan que los consumidores habituales del regalo de los aztecas suelen ser más delgados…

Ojo, que esto no supone amorrarse a los Snickers como si no hubiera un mañana. Un dulce de chocolate lleno de azúcar y grasa adicional todavía sigue siendo un NO VAYAS POR AHÍ. Por lo menos, de momento.

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6. Palomitas.

Antigua sabiduría: las palomitas son comida basura, calorías vacías.
Nueva sabiduría: el maíz es un grano entero lleno de nutrientes.

Como la mayoría de los alimentos de esta lista, hay que matizar la cuestión. Un barril de palomitas bañado en mantequilla –habituales de la butaca de cine-, puede colocarse sin recato en la lista de lo nocivo; un alimento con muchíiiiisimas calorías y una ostentosa cantidad de grasa saturada.

Las de microondas, cargadas de químicos, tampoco van a hacer mucho bueno por tu cuerpo. Pero las hechas en casa, reventadas al aire caliente y rizando el rizo, orgánicas, suponen una merienda de un color muy diferente. El año pasado, hubo estudios demostrando que las palomitas de maíz caseras contienen MÁS antioxidantes que las frutas y verduras.

Además, el maíz es una buena fuente de fibra y es bajo en calorías si no se acompaña de grasas. Las palomitas de maíz hechas en palomitera de aire caliente contienen 30 kcals. por taza.

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7.  Huevos.

Antigua sabiduría: los huevos obstruyen las arterias y aumentan el riesgo de sufrir un ataque al corazón, derrame cerebral, diabetes e incluso muerte prematura.
Nueva sabiduría: ¡Tonterías! Los huevos con casi el alimento perfecto.

¿Qué nos llevó a esto, desde los patios traseros de los corrales en que nuestros ancestros recogían los huevos? El colesterol fue el causante de limitar el consumo a 3 huevos por semana, quien se lo pudiera permitir.

El año pasado, se realizó un meta-análisis de 17 estudios que reveló que los huevos no tenían nada que ver con las enfermedades del corazón y demás catástrofes en adultos sanos. Por el contrario, aumentan el colesterol bueno (HDL), disminuyen el malo (LDL) y son ricos en hierro, proteínas, luteína y zeaxantina, poderosos antioxidantes que protegen de las cataratas.

Como siempre, la clave es elegir un producto de calidad. Los huevos camperos de gallinas criadas en libertad siempre serán preferibles a los producidos en masa por animales de granjas industriales alimentadas con cualquier cosa.