Aunque hoy gozamos de sofisticadísimas marcas y herramientas de maquillaje más propias de una space oddity, el noble arte de embellecerse para presentarse en sociedad no es, ni mucho menos, invento de una gran corporación. Así lo demuestran investigaciones científicas que han hallado restos de pigmentos amarillos y rojos en cuevas neandertales, por ejemplo, o los ritos tribales que atañen tanto al hombre como a la mujer y de quienes ha trascendido su transformación facial. Nuestras respetables costumbres no están tan lejos de aquellas manifestaciones primitivas; al fin y al cabo, se trata de un ritual que invoca lo más elevado y se trata de asentarse entre el resto de la manada. Pero, ¿hay algo más profundo en la cosa de ponerse la pestaña y practicar caída libre de ojos?

maquillaje ellis faas

Pues según algunos estudios, sí.  Arnaud Aubert, profesor y psicólogo asociado en el Departamento de Neurociencias de la Universidad François Rabelais (Francia), ha querido ahondar en cómo percibe el entorno a una persona maquillada. Sus resultados inclinan la balanza poderosamente hacia el uso moderado de toda clase de sustancias euforizantes, como la barra de labios o el colorete: un rostro maquillado inspira confianza, gusta más e incluso puede favorecer el enamoramiento. Lo que me pregunto es dónde quedan los hombres que no se maquillan, que son la inmensa mayoría, en todo esto, o las mujeres alérgicas (no de manera literal) al pinturerío.

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