Aunque hoy gozamos de sofisticadísimas marcas y herramientas de maquillaje más propias de una space oddity, el noble arte de embellecerse para presentarse en sociedad no es, ni mucho menos, invento de una gran corporación. Así lo demuestran investigaciones científicas que han hallado restos de pigmentos amarillos y rojos en cuevas neandertales, por ejemplo, o los ritos tribales que atañen tanto al hombre como a la mujer y de quienes ha trascendido su transformación facial. Nuestras respetables costumbres no están tan lejos de aquellas manifestaciones primitivas; al fin y al cabo, se trata de un ritual que invoca lo más elevado y se trata de asentarse entre el resto de la manada. Pero, ¿hay algo más profundo en la cosa de ponerse la pestaña y practicar caída libre de ojos?

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Pues según algunos estudios, sí.  Arnaud Aubert, profesor y psicólogo asociado en el Departamento de Neurociencias de la Universidad François Rabelais (Francia), ha querido ahondar en cómo percibe el entorno a una persona maquillada. Sus resultados inclinan la balanza poderosamente hacia el uso moderado de toda clase de sustancias euforizantes, como la barra de labios o el colorete: un rostro maquillado inspira confianza, gusta más e incluso puede favorecer el enamoramiento. Lo que me pregunto es dónde quedan los hombres que no se maquillan, que son la inmensa mayoría, en todo esto, o las mujeres alérgicas (no de manera literal) al pinturerío.

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“Toda la información social está en el centro de la cara. Si el cerebro no se distrae contemplando las imperfecciones, procesa más, y por tanto tiene una evaluación social más potente de la persona a quien contempla”, explica Aubert.

Por si las dudas, Aubert aclara que el uso de maquillaje para ocultar desperfectos como las arrugas del contorno de ojos (o patas de gallo) es innecesario, porque la mayoría de hombres las encuentran atractivas. Ah, la inapelable inscripción genética de la reproducción, el miedo a la soledad…

Y no se trata de la única voz en pronunciarse. Rebbeca Nash, George Fieldman, Trevor Hussey, Jean-Luc Lévêque y Patricia Pineau, de la Universidad de Buckinghamshire, han abundado en la conclusión sobre la influencia de los cosméticos en la mujer caucásica, encontrando que las mujeres maquilladas se perciben como más seguras de sí mismas. Lo que, aventuro, seguramente se reduzca a algo mucho más sencillo: que así se sientan al verse más pulidas, menos fistras-con-mala-cara.

El estudio arrojó un dato más preocupante: las mujeres maquilladas obtuvieron más puestos de trabajo de prestigio e ingresos más altos de quienes participaban como ‘tasadores’ que las mujeres a cara lavada. Es decir, un rostro maquillado podría interpretarse como señal de competencia y eficacia. Pero ojo, como en todo, hay que saber discernir y ser oportuna. Un maquillaje glamouroso se percibe frívolo y ofrece escasa fiabilidad; en cambio uno natural o profesional conduce a la aprobación de facultades, ¡incluso antes de haberlas demostrado!

Así que ya saben, elijan algo cubriente pero favorecedor y discreto para su próxima entrevista de trabajo o cita. Un look que espeje de inmediato lo más sublime de su alma. A sus fastuosas cualidades personales –obviamente, si es usted una petarda tampoco le servirá de mucho disfrazarse-, podría añadirse el magnético gancho de su saludable piel tornasolada. Por si acaso, corro a pellizcarme las mejillas, como Escarlata O´Hara.