Son la peor pesadilla del sufrido-progenitor-de-infante-en-edad-escolar. Especie poderosa, cohesionada e imbatible, ha logrado desarrollar resistencia a los insecticidas más agresivos para seguir haciendo de nuestras cabezas el parque temático perfecto. Sí, hijos nuestros, ¡los piojos ‘hacen el amor’ detrás de vuestras orejitas!

Aunque no son peligrosos ni transmiten enfermedades, son los principales causantes de la pediculosis, una afección cutánea que pica como el demonio y que puede terminar en una bonita infección si el afectado se rasca con fuerza.

Piojos, repugnantes parásitos, vosotros sois insectos y nosotros hemos pisado la luna, hemos imaginado la teoría de cuerdas. Hemos escrito en Alejandrinos. Algún día acabaremos con todos vosotros.

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Que se presente en nuestras oficinas quien no haya sufrido a estos okupas en su occipital o en el de sus criaturas en algún momento de su vida. Nadie, lo suponía.

Quienes nacimos en la década de los 80 –o antes-, hemos convivido con remedios naturales más o menos eficaces, más o menos azarosos, más o menos populares. No los listaremos todos, pero los hay bastante divertidos (si les pica, no tienen más que internarse en Yahoo Answers, ese abismo de sabiduría popular y superchería a partes iguales).

El más habitual de los métodos naturales tiene como protagonista al vinagre random. El de toda la vida, ni balsámico, ni de Módena, ni de manzana, ni de arroz, el que adornaba las alicatadas cocinas españolas donde nuestras madres freían croquetas.

El activo involucrado es el ácido acético. El vinagre se calienta a unos 50 grados y se aplica mechón a mechón con paciencia de miniaturista. Después se tapa la cabeza con un plástico y se deja actuar durante media hora.

Muy eficaz para deshacer el pegamento con el que los piojos adhieren las liendres al cabello, no lo es tanto con los piojos vivos, que se han de retirar uno a uno con pinzas de depilar o con lendrera.

El sistema del vinagre podía durar tranquilamente una semana (o más) hasta dar por desinfestada la cabeza dado el ciclo de vida del piojo. Basta que un par de liendres se escamoteen a la vista del centinela para volver a la carga y al rascado. Así que las casas comerciales prestaron oído a este clamor popular para ahorrar tiempo y energía en los hogares –y hacer el negocio del siglo-. Nacieron los métodos químicos.

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A tope de insecticidas como la permetrina o la fenotrina, los matapiojos de farmacia vivieron su momento de gloria hasta que los piojos empezaron a emborracharse con ellos –un decir- y a sobrevivir a su actividad mortífera. Según el Servicio Nacional de Salud de Gales, el 80% de los piojos se ríe en la cara de estos compuestos, aún tan habituales –y tan vendidos-.

También se han desarrollado métodos por asfixia (u oclusivos) que ahogan a los pipis y despegan las liendres, aunque algunos expertos dudan de su efectividad esgrimiendo que los bichos pueden aguantar la respiración hasta 9 horas.

Sea cual sea el sistema elegido, todos siguen necesitando varias aplicaciones y paciente trabajo manual con la lendrera, por lo que, como recomienda la Asociación Estadounidense de Pediatría, se debería elegir el más seguro, fácil de conseguir, sin químicos nocivos y de menor costo. Para prevenir una nueva infestación, es eficaz aplicar un par de gotitas de aceite de árbol de té detrás de las orejas, los piojos detestan su olor.

Y ¿en casos de extrema desesperación? Se puede acudir a un centro de desparasitación profesional con sus propios protocolos, como Headcleaners o Kids&Nits. El precio ronda los 50 euros para una sesión de hora y media.