La belleza tiene sus tiempos, su diálogo con el consumidor. Existe el uso acelerado, asociado al gran consumo y la masificación de una firma, y existe la ‘slow beauty’, belleza elaborada a fuego lento, con cualidades artesanales y una historia personal detrás.

Hoy queremos contarte la de Paula González, creadora de la preciosa firma Olivia (jabones y velas) y del bastión niche en Segovia Olivia the Shop, todo un referente para quienes buscamos productos que nos hagan la vida (mucho) más agradable. Productos con alma, de esos que te enamoran a primera vista por lo cuidado del packaging y que, cuando descubres a fondo, te hacen sentir que al fin y al cabo el mundo no es tan hostil. Así son los que selecciona Paula González para Olivia the Shop después de pasar incesantes –y envidiables- tests en sus propias carnes. Sí, congéneres nuestras, ella misma prueba las bondades de firmas como BioEffect, Davines, Eve Lom, Mama Mio, Verso o Rahua, y su espíritu investigador la llevar a incorporar alguna que otra golosina cosmética en rigurosa exclusiva. ¿La vestirán unos pajarillos trinando por las mañanas?

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La historia de Paula arranca con un regalo: el legado de su padre alquimista. De él aprendió el oficio, la pasión por la búsqueda de las mejores materias primas, el perfeccionismo sin concesiones y ese no poder dejar de meter la nariz en todo de la gente con alma de artista.

Con esos elementos creó su firma de jabones y un sencillo blog donde exponía su día a día como creadora, sus escollos, alegrías, avances y errores –inciso: lectura súper recomendable para emprendedores en el camino-. El trabajo bien hecho dio sus frutos y, como una plantita mimada, Olivia creció y creció hasta convertirse en la hija mayor de Paula González –también tiene un hijo menos metafórico, para que no digamos que no aprovecha el tiempo al máximo-.

En Belleza Pura nos encanta que los planes salgan bien. Y las mujeres con sacrosantos ovarios, buenas ideas, terquedad y amor por la belleza. Hemos querido conocer de cerca la personalísima visión de Paula de este sector tan gratificante como cruel según cómo se enfoque. Y esto es lo que nos ha contado.

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Belleza Pura: El discurso de la cosmética es, a veces, muy agresivo. La solución a todos nuestros males reside en acabar con la celulitis o en aparentar ser más jóvenes. Desde tu posición en la industria, ¿cómo enfocas la belleza? 

Paula González: Desde nuestra humilde posición tratamos de recuperar la belleza como placer, no nos sentimos identificadas con los discursos agresivos, machistas, los señalativos, esas cremas que te dicen a ritmo lento “estás gorrrrrdaaa”… No sé muy bien cuándo comenzó esta moda, pero históricamente la belleza siempre ha sido de las personas, por y para ellas, sentimos que nos movemos en una industria que parece el enemigo, un enemigo al que hay que pagar, venerar, recomendar para que te siga haciendo sentir mal y vuelta a empezar. Consumir cosmética que boicotea tu autoestima es un atentado contra uno mismo, lo que pasa que tenemos el ojo tan hecho a esos claims, a esas descripciones, a esa imagen, que ya nos pasa desapercibido, pero si consigues abrir los ojos y buscar entre los productos de belleza que consumes desecharías la mayor parte de ellos, seguro. Los cosméticos son las herramientas de la belleza, deberían tener la obligación ser bonitos, afables, buenos, honestos… no es que nuestra generación esté más liada que otras anteriores o le falte más el tiempo, pero qué difícil es sacar tiempo para uno mismo, ¿verdad? Al menos el poquito tiempo que tengas para dedicarte a ti mismo que sea un momento bonito, cómodo, apetecible. Queremos cremas que nos digan guapa, además de hacernos más bellas, queremos packagings hermosos que hagan de ese momento tan íntimo, algo bonito, queremos fórmulas mágicas, es verdad, pero hay que ser consecuente, ¿acaso existe alguna fórmula mágica que tenga ingredientes tóxicos o cancerígenos? No lo creo, al menos para mí, eso no es bello.

BP: ¿Cuáles son tus rutinas beauty preferidas? Aquellas en las que sientes que conectas contigo misma. 

PG: Bueno, mi trabajo actualmente consiste en probar muchos productos (muchos, muchos), establecer una rutina con ellos para ver su evolución y evaluarlos al milímetro para saber si debemos traerlo a nuestra tienda o no. Me juego mi palabra en cada producto que traemos, así que es un trabajo en el que me empeño mucho, lo disfruto muchísimo, es verdad, pero tengo que ser completamente militar con los cambios de rutina, los usos, no saltarme ni un día, y bueno, soy humana, así que no todos los días me apetece y algún día, lo confieso, termino haciendo el paso por paso a regañadientes. Por suerte los momentos placenteros son la mayoría, pero la piel también nota estos cambios de rutina y alguna vez también me da el stop y no queda otra que parar. A lo que termino acudiendo siempre, y nunca, nunca me defraudan, son a tratamientos completamente caseros con los que he crecido y que han pasado por varias generaciones en mi familia. Tan fáciles y tan clásicos que se nos olvida lo efectivos que son (y que nadie los recomienda nunca porque son baratos y están al alcance de todo el mundo, vamos, la ruina para los que trabajamos la industria :D, afortunadamente no tengo un grupo de inversores detrás que me censure lo que voy a contar):

Los vahos faciales (suaves por favor, nada de sufrir), que viene a ser como un Ventolín para la piel, los poros respiran, la grasas superficiales se ablandan, se activa la circulación y, literalmente, sudamos todo tipo de toxinas. No es algo para hacer todas las semanas, claro, pero no puede ser más barato y más efectivo, y los resultados son inmediatos.

Los exfoliantes de azúcar, tanto comerciales como caseros. Me encantan especialmente los que tienen aceites puros naturales y que huelan muchísimo. Es mi colofón en la ducha, mi mini spa, hace años que estoy enganchada, puedo llegar a tener 15 tipos diferentes abiertos, (hoy me apetece coco, hoy dulce, a ver este de sal… Pippi Langstrump en la tienda de golosinas es una aficionada comparada con mi historia de amor con los exfoliantes) y como no se recomienda usarlos más de una vez por semana, dos veces en todo caso si la piel es fuerte y se lo puede permitir, me los dosifico; hoy toca piernas, mañana brazos, hoy el pecho y los hombros… solo son necesarios tres ingredientes para sacar a relucir tu piel más bonita: un buen aceite, azúcar y un aceite esencial que te haga volar, ¡no hay más!

Las mascarillas de aceites para el pelo, son engorrosas sí, pero de tanto en cuanto son mejores que cualquier tratamiento de keratina. Más sencilla imposible: aceite de oliva, toalla y a la cama, y al día siguiente, después de dos champús, redescubres tu pelo y le dices ¿pero tu dónde estabas todo este tiempo? Hay muchas versiones, si bates el aceite con miel es una mascarilla magnífica, (pero mucho más laborioso de aplicar por el azúcar), batida con un trozo de jengibre tendrás un pelo súper purificado y como nuevo, y con un par de aguacates muy maduros triturados… una mascarilla sublime. También confieso que después de haber pasado por tratamientos, keratinas, exoplastias, años de champús naturales, sin sulfatos y todo tipo de malabares para pelo seco y encrespado nada me ha funcionado mejor que el Elixir de la marca Rahua, huele un poco raro, pero deja el pelo tan increíble que a partir de la segunda puesta te empieza a oler a gloria.

Tengo más trucos. Como usar perfume, que es un regulador increíble de la actitud. Puedes llevar un jersey viejo y un perfume de infarto y ser la mujer más poderosa y elegante del lugar, es así. Consumir solo cosméticos que me hagan feliz, pues son esos los únicos que consigo acabarme y no hay mejor crema que esa que ha alimentado mi piel sin coger polvo en la estantería, o peor aún, sin acabar en la basura. Usar jabón en la ducha, al no llevar agua, como los geles, tienen un poder de limpieza mucho más potente, por ejemplo, aún no se ha inventado un gel que realmente pueda con los restos de los desodorantes del mercado, son lo que yo llamo “fórmulas bunker”, dispuestas a pegarse a tu piel a cualquier precio, taponar, perfumar y como dicen en sus eslóganes – a no abandonarte nunca-, al final lo que no te abandona es el batiburrillo de gérmenes, bacterias, perfume y fijadores, bueno pues para tener unas axilas limpias de verdad, nada como usar un jabón natural de aceites.

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BP: Tus firmas son muy específicas y minoritarias, algunas incluso artesanas. ¿El público cada vez aprecia más estos valores? ¿Has notado un incremento en el interés general por las firmas nicho en los últimos años? ¿A qué crees que se debe?

PG: Bueno, al margen de que sea una tendencia consumista temporal, que seguro que lo es, creo que la cosmética nicho, lo que viene siendo la cosmética rara, singular, casi inaccesible, es algo impreso en el mundo de la belleza, quien no ha vivido, o ha oído hablar alguna vez de esa madre/vecina/ tía/ prima que mandaba traer a otra persona ese perfume de París, esa crema de aeropuerto, o ese agua de Lourdes, lo que sea que fuere, pero que era mucho mejor solo por el hecho de que viniese de fuera, de que solo se fabricase allí, o de que no hubiese forma de encontrarlo cerca de casa. Somos aventureros por naturaleza, y no hay nada que nos ponga más en marcha que intentar descubrir a lo Indiana Jones ese elixir de la juventud, ese cosmético milagroso, o ese secreto de belleza que solo usan unos pocos, no es algo nuevo, es un discurso de toda la vida, directamente enlazado a la belleza y a la cosmética. La diferencia ahora es que se ha profesionalizado, ahora ese es nuestro trabajo, viajar, investigar, descubrir, probar y acercar todo eso a otros aventureros que demandan productos especiales, con códigos éticos de fabricación difíciles de encontrar, con procesos artesanales en extinción, con ingredientes preciosos y sobre todo con un punto de exclusividad, la pequeña parte del ego que nos satisface cuando creemos que ese producto genial sólo lo conocemos nosotros.

BP: Cuál es tu proyección de negocio, ¿planeas expandirte fuera de España?

PG: Por supuesto es uno de nuestros objetivos, pero sinceramente no tenemos prisa. Seguramente, y conociendo nuestros niveles de exigencia, no llegue nunca el momento perfecto de salir fuera, siempre nos faltará una referencia más, un producto más por hacer, o algo nuevo que sacar, pero de momento no vamos a forzarlo, si va surgiendo de forma orgánica como ya ha ocurrido en alguna ocasión, será muy bienvenido, quizá el año que viene… Mientras tanto estamos de veras ocupados en todo lo que queda por hacer aquí. Somos unos lentos orgullosos, hacemos productos que no sacamos a la venta hasta que están literalmente perfectos. Registramos nombres de productos que quizá tarden dos años (o más) en estar 100% listos. El próximo producto que sacamos a la venta, un gel de baño infantil, ha pasado por más de 24 cambios en laboratorio oficial, en el nuestro propio no quiero ni contarlas. Una anécdota, hace unos meses desechamos una producción de más de 900 unidades “sólo” porque el nivel de liquidez no nos convencía, no fue capricho, puedes suponerte el daño que nos hace esto a una empresa pequeña como la nuestra, pero de verdad que además de ser muy exigentes, tenemos comprobado que nos es moralmente imposible sacar al mercado algo que no creamos que es increíble, perfecto, único, desde la primera materia prima hasta el packaging. Creamos una empresa para hacer productos maravillosos, esa es nuestra mejor manera de hacerla sostenible. Ojalá fuésemos más rápidos, ¡ojalá! pero es que lo primero que se tambalea cuando coges carrerilla y vas con prisa es este mimo y este control sobre nuestra marca. Y eso no queremos perderlo por nada del mundo.

Olivia the Shop

Plaza Doctor Laguna, 2

40001, Segovia

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