El dolor emocional puede llevarnos a un muerte prematura y sí literalmente a la tumba. No sufras.

“El corazón no muere cuando deja de latir,
muere cuando los latidos ya no tienen sentido”

Pues sí, resulta que uno puede morir de pena, de amor (más bien de desamor), de dolor emocional... Ya sabíamos que lo emocional tiene una importancia evidente y que es inseparable de nuestra salud, que alguien convaleciente o enfermo tiene más fácil recuperarse si es emocionalmente estable. Lo que no se había demostrado antes de forma tan científica es que el dolor emocional también duele físicamente.

Y sin embargo sí, sí que duele. Como explica David Alexander, director del Centro de Investigación de Trauma, en Aberdeen, Escocia, “la gente que ha sufrido daños emocionales a menudo puede traducir ese dolor en algo físico”. Y es cierto, muchas personas que han experimentado este tipo de dolor a menudo hablan de “un dolor en el pecho”, “un vacío debajo del esternón”, o de pensar que se están volviendo locos por tanto dolor.

Sin embargo y a pesar de las últimas investigaciones al respecto en los campos de la neurología y la psiquiatría, científicamente las investigaciones médicas tienden a concentrase tan sólo en el dolor físico.

Pero aquí viene lo bueno, resulta que un equipo de investigadores de la Universidad de California Los Ángeles (UCLA) ha empezado a enfocar sus trabajos desde ese punto de vista más intangible y centran sus estudios en el dolor emocional.

Naomi Eisenberger, investigadora de dicho equipo, acaba de descubrir qué partes del cerebro se activan cuando sentimos este tipo de dolor emocional. Lo mejor de todo es que lo ha hecho gracias a un juego de ordenador diseñado especialmente para que los jugadores se sientan excluidos y no aceptados por los personajes de su aventura gráfica. Al final ha resultado que el cerebro procesa de la misma forma el dolor que la persona siente al ser rechazada socialmente que el que siente con el dolor físico, todo ello extraído de las mediciones de escáneres cerebrales.

El dolor físico que sentimos no deja de ser una advertencia de nuestro organismo que trata de protegerse, por ejemplo, si nos rompemos una pierna o un tobillo y tratamos de caminar el dolor nos convertirá en personas sensatas que dejarán de hacer el tonto y se quedarán sentados y en reposo. Pues el dolor emocional, afirman los expertos, también puede ser una advertencia, por ejemplo, para que no volvamos a acercarnos a esa persona que tanto daño nos ha hecho.

Aquí entra en juego otro concepto alucinante y triste en su propia definición, la pena compleja, que es el término con el que Mary Frances O’Connor, otra investigadora californiana, ha bautizado al dolor emocional crónico. Y es que, si el dolor físico puede convertirse en crónico, el emocional no iba a ser menos.

Por último deberíamos explicar que muchos científicos sospechan que las personas que sufren de esta pena compleja son también los que mayor dolor físico (asociado al emocional) sufren. Por eso es posible morir de pena, morir de amor.

El siguiente en corroborar los últimos datos conocidos sobre el dolor emocional ha sido el cardiólogo londinense Martin Cowie que ha admitido que “una persona tiene mayor riesgo de morir en los seis meses siguientes a la pérdida de un ser querido”, entre otras cosas porque las hormonas que están involucradas en el estrés de la pérdida de un ser querido aumentan las posibilidades de que ocurran eventos graves del tipo infartos, embolias o incluso accidentes de circulación o domésticos al disminuir nuestra capacidad de atención en diversas situaciones, agarrotados como estamos, por el dolor emocional.

Parece claro que el siguiente y más importante paso debería ser identificar y tratar a las personas cuyo dolor emocional podría convertirse en dolor crónico, para evitar una depresión que puede conducir incluso a la muerte por falta de ganas de vivir.

Empieza a superar tus apegos afectivos.

Cuéntame…¿qué piensas al respecto?

Vía: Diario médico.