En España, Loewe es el buque insignia en cuanto a gran marca de lujo, a la altura de otros grandes nombres fetiche de la moda.
Sus bolsos, marroquinería, su característico uso de la napa, su gama de colores… logran que esta casa tenga un sello inconfundible, que sitúa el logo simétrico de origen español en el mapa mundial de la moda.
A mí, que estoy en los albores de la treintena, es la única marca “importante” que no sólo no me apabulla sino que gustosamente vestiría –si pudiera-, lo que considero un logro y un acierto. El lujo no debería tener edad.
Poseo un bolso de Loewe y es “mi pieza” –que no “mi bolso”, no, no, incluso tiene categoría nominal– preferida.
Lo cuido lo justo –tampoco es que esté entre algodones-, lo uso, me da toda la felicidad que puede dar un objeto semejante y si me asomo a su interior, veo de todo, desde chicle hasta juguetes de mi hijo, chocolatinas, papelajos, entradas de cine… Tiene vida, lujosa, pero vidilla.
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