Frank Kortan

Una correcta alimentación es directamente proporcional a un buen estado de salud, pero si hay una etapa de la vida en la que la alimentación debe ser especialmente equilibrada es durante el embarazo. Una alimentación adecuada hará que el embarazo transcurra en las mejores condiciones y que el feto se desarrolle perfectamente. Y por lo tanto, una mala nutrición puede ocasionar problemas de prematuridad o mortalidad fetal, la alimentación de los gestantes condiciona el desarrollo y la función del cerebro de los bebés; la obesidad de la madre, también puede resultar peligrosa para el salud del futuro bebé. Otro de los problemas que suelen presentarse es que la situación nutricional de las madres cuando se quedan embarazadas no suele ser la óptima, por eso si estás buscando un bebé, comienza a tener una dieta equilibrada, éste puede ser incluso el motivo de que no lo consigas.

Lo primero que hay que derribar es el mito de que la madre debe comer por dos, ¿y si son mellizos por tres y así sucesivamente? Pues no, y si se lleva una alimentación equilibrada tampoco son necesarios suplementos nutricionales que, en determinados casos, pueden ser incluso perjudiciales. Hay que comer de todo, en las proporciones adecuadas e incluir todos los grupos de alimentos. En reglas generales, alimentación equilibrada y sana, sin saltarse comidas, evitando picar entre horas y por supuesto evitando el tabaco y el alcohol y teniendo cuidado con el café, el y las bebidas gaseosas. Pero vamos a profundizar un poco más.

Christophe Vorlet

Para alimentarte de forma saludable durante el embarazo, a no ser que tu médico te indique otra cosa, se recomiendan entre 1.800 y 2.200 calorías diarias. Estas calorías se tienen que dividir entre los diferentes grupos de alimentos de una forma equilibrada, no deben faltar los hidratos de carbono, las proteínas,  las grasas y las frutas y verduras.

Los hidratos de carbono o carbohidratos, son los cereales, la pasta, las patatas, el pan y las harinas, ellos proporcionan la energía necesaria para funcionar cada día. Y dentro de este grupo es interesante distinguir entre los simples y los complejos, los de rápida absorción y los de lenta absorción. Los primeros son los refinados (azúcar, panes blancos, pasta, dulces industriales, harinas blancas…), nuestro cuerpo no necesita trabajar para digerirlos y pasan directamente a la sangre, por eso elevan el nivel de glucosa rápidamente. Los de asimilación lenta –cereales integrales, pastas integrales…- se convierten en glucosa al terminar la digestión, lo que impide que el nivel de azúcar en sangre se eleve. Son mucho más recomendables durante el embarazo porque además, su aporte de fibra es fundamental durante el embarazo.

Las proteínas son necesarias para formar nuevos tejidos y huesos. Las encontrarás en las carnes, pescados, aves, lácteos –importantes por su aporte de calcio-, mariscos y de manera muy importante en las legumbres. Éstas últimas son muy interesantes para las embarazadas y se deben consumir 3 veces por semana, mezcladas con cereales son un plato nutricionalmente perfecto.

Las grasas también son importantes, pero debes evitar las saturadas –embutidos, carnes grasas, bollería industrial, snacks…- y optar por las insaturadas, de origen vegetal, como el aceite de oliva- y las que provienen del pescado.

Y por supuesto las frutas y verduras. Son una excelente fuente de fibra por lo que ayudan a prevenir el estreñimiento, tan común durante el embarazo; también aportan vitaminas y minerales imprescindibles, las de hoja verde son ricas en ácido fólico. Es necesario que incluyas cinco raciones diarias en tu menú.

Y si hablamos de nutrientes, hay nutrientes determinantes en el desarrollo cognitivo del bebé durante la gestación, estos son: : proteínas, hierro, yodo, zinc, cobre, selenio, ácidos grasos (ALA, DHA y EPA), vitamina A y vitaminas del grupo B (B1, B6, B12, folatos). Las deficiencias de estos nutrientes afectan al cerebro del feto, y el último trimestre de gestación es especialmente crítico. Por ejemplo, la deficiencia de ALA (un ácido graso) afecta a la agudeza visual y al rendimiento cognitivo de los niños; las deficiencias de vitaminas del grupo B provocan fatiga, nerviosismo, depresión e irritabilidad; y la carencia de proteínas se relaciona con déficits globales y específicos de algunas áreas del cerebro, como el hipocampo o la corteza.