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La hipertensión es el aumento de la presión arterial de forma crónica, una de esas enfermedades silenciosas y muda, apenas revoltosas hasta que dan un pisotón y se hacen notar.

Aunque no tiene cura, puede tratarse y mejorarse bastante a través de la alimentación. “Que sea tu única medicina”, como dijo Hipócrates, que algo sabía del tema -y no hay constancia de que fuera hipertenso-.

Reducir la sal suele ser el primer paso. También perder algo de peso si es necesario, incrementar el ejercicio físico suave (andar 40 minutos es suficiente, o practicar Tai Chi), moderar el consumo de alcohol y dejar de fumar. Ánimo y al toro, que es por una buena causa.

La mesa del hipertenso no tiene porqué ser desangelada, a pesar de la reducción de sal. Es el momento de convertirse en experto en nutrición y elegir los alimentos por sus propiedades curativas.

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El ajo, por ejemplo, es muy recomendable para esta dolencia. Uno o dos dientes diarios –seguramente rallados en la ensalada sean más digestibles, ehm, y más compatibles con la vida social- ayudan a rebajar la tensión arterial y a reducir el colesterol.

El tomate, el apio, la zanahoria y las verduras crucíferas (col, coles de Bruselas, brócoli) contienen poderosos antioxidantes y vitaminas que previenen la degeneración arterial y fortalecen los vasos capilares.

En sustitución de la sal, se puede emplear sal de ajo, sal de cebolla o de apio, vino de cocina y salsa de soja –también existe en versión ‘desalada’-.

A evitar, los salazones, las carnes ahumadas y curadas, todos los embutidos, los pescados enlatados, el marisco, los quesos tipo feta, provolone, manchego y cheddar y los precocinados, también las sopas de sobre y los caldos, puesto que suelen incluir mucha sal añadida.

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Tampoco son recomendables las palomitas y patatas fritas, las galletas saladas, los cereales de caja –los del Súper, si compras en herbolario no tendrás problema-, las frutas secas preparadas con sal o los zumos en conserva.

En resumen: algo bastante similar a lo que entendemos por una alimentación ‘saludable’, puesto que los embutidos y quesos suelen suprimirse de las recomendaciones por su alto contenido en grasas saturadas; nadie recomendaría un precocinado antes que un plato casero, ni tampoco un zumo en conserva. Es tiempo de visitar las tiendas de alimentación natural en busca de las alternativas apropiadas, que las hay, y de redescubrir el auténtico sabor de los alimentos. Bon appetit!