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Rotunda, pícara y flamenca, como una Romy Schneider sin drama. Un torbellino llamado Carmen Sevilla irrumpe en las primitivas pantallas españolas de la década de los 50, llamada a convertirse, hasta que el viento cambie, en la “novia de España”.

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Hija de letrista musical, y seguramente motivada por su espíritu entusiasta -y por las penurias de la posguerra-, se sube a un escenario antes de saber atarse los zapatos, y debuta en pantalla grande en el 47 con la película “Serenata española”. Tres años más tarde obtiene su primer protagonista en “Jalisco canta a Sevilla”, junto al afamado Jorge Negrete. La década de los 50 se abre ante esta sevillana ‘que se bebía la vida a sorbos’ dispuesta a consolidar su poderío.

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Contemporánea de las Gardners, Monroes, Lorens y demás bellezones de la época, el inapelable esplendor de la Sevilla la define como trotón  sex-symbol ibérico de pata negra. Sus pómulos desafiantes y sus ojos rasgados hubieran sido bellos aquí y en Timbuctú. Y claro, su maravillosa energía de sentirse a gusto, agradecida, con esa alegría en la mirada que no se puede falsear. Su amplia sonrisa y sus evidentes ganas de vivir.

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Yo recuerdo mucho los tiempos del Telecupón, sus enternecedores despistes (“Hola, Ana, mi vida. ¿Tú qué eres, niño o niña?”), que la convirtieron en objeto de parodia constante, los discursos imposibles y su torera falta de complejos. Brava, señora, capeando con humor, de apetecer mucho tomarse algo con ella. 

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En un último esfuerzo por mantenerla a flote, capitaneó “Cine de barrio” con su salero habitual hasta que fue sustituida por Concha Velasco. Un guión sin sorpresas, muy “El crepúsculo de los dioses”. Auge y caída, gloria y decadencia, fama y soledad…

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Hoy, sobrepuesta a duras penas de la muerte de su segundo marido, Vicente Patuel, vive retirada en su finca de Sevilla, cuentan que bastante sola, y muy afectada por la crueldad del Alzheimer. Leo en internet titulares la mar de ocurrentes y llamativos, como “Carmen Sevilla lucha contra el olvido”. Ser el plato del día de la gran masa puede parecerse bastante a la peor de las enfermedades. Ahora que, ¿quién está peor de lo suyo?