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Frutas bañadas en plaguicidas: la manera más rápida de convertir lo saludable en controvertido.

La ONG estadounidense Environmental Working Group ha elaborado su lista sucia anual, un completo informe sobre las frutas y verduras de cultivo convencional que acumulan más contaminación por sustancias químicas. ¿El podio ominoso? Otra vez es para la manzana, casi tan envenenada como la que zampó Blancanieves, con una dosis de pesticida cuatro veces superior a la permitida en Europa.

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A la manzana le siguen, por orden de puesta en cuarentena, las fresas, uvas, apio, melocotones, espinacas, pimientos, nectarinas, pepinos, tomates cherry, guisantes y patatas.

Por el contrario, la lista ‘limpia’ incluye las patatas dulces, la coliflor, el melón cantalupo, pomelo, berenjena, kiwi, papaya, mangos, espárragos, cebollas, guisantes dulces congelados, repollo, piñas, el maíz dulce y los aguacates.

La lucha de poderes y estudios enfrentados divide a un sector crítico que considera ‘alarmista’ un mensaje de alerta que ‘prioriza un riesgo improbable sobre la ventaja de consumir frutas y verduras. De acuerdo con este argumento, la EWG reconoce el beneficio de comer cultivo convencional antes que ningún vegetal y apunta la posibilidad de consumir alimentos de cultivo orgánico. Una ‘tendencia’ que cuenta, cada vez, con más demanda social y más apoyos institucionales.

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En  Europa, la nueva Política Agraria de la Unión Europea incide en la búsqueda de una agricultura más respetuosa con el medio ambiente.

Eurostat arroja datos halagüeños para España. Con un 6,5% de superficie orgánica –en imparable crecimiento-, nuestro país se sitúa por delante de Italia y Alemania, siendo los cultivos de cereal y olivo los que dedican más terreno a esta agricultura.

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No sólo hablamos de una mejora en el sabor. Un estudio publicado en la revista Food Chemistry y dirigido por Rosa M. Lamuela, profesora del Departamento de Nutrición y Bromatología de la Universidad de Barcelona, concluye que el zumo de tomate de cultivo orgánico tiene más polifenoles (antioxidantes) que el del tomate de cultivo convencional, por lo que resulta de mayor eficacia contra enfermedades cardiovasculares degenerativas. Y contra el cáncer.

El precio de los productos orgánicos obstaculiza su consumo para una gran parte de la población. La FAO apunta entre las causas de estos precios elevados el desnivel entre oferta/demanda, la mano de obra que encarece la producción tanto en fase de cosecha como en la recogida y la ineficacia de la cadena de comercialización y distribución por tratarse de volúmenes más pequeños.

Una forma de incrementar la oferta orgánica, es ir sustituyendo algunos alimentos habituales por los de cultivo biológico. Es preferible empezar por lo más contaminados y por los de origen animal. En todas las áreas urbanas –y no digamos ya en poblaciones más pequeñas- existen grupos de consumo o equivalentes, con su propia producción ecológica; amén de tiendas especializadas. También se encuentra en algunos mercados.

Y para mayor facilidad, desde webs como cestaverde y doctorveg sirven a domicilio toda una serie de productos eco, certificados. El back to the roots 2.0.