Los colores de sus creaciones, de su vida en Orán, de los tonos de su maquillaje y su imaginación son idénticos a los de los jardines de Majorelle, en Marrakech. Allí, al lado de su casa barroca y árabe, descansa aquel creador depresivo que dijo tan bellísima frase cuando se despidió de la costura ya muy enfermo, cuando apenas podía anudarse los cordones de los zapatos: “El mejor traje que puede arropar a una mujer son los brazos de su amado”. Recién presentada en Cannes una segunda biopic de Bertrand Bonello llamada ‘Sain Laurent’, podremos ver la otra, la de Jalil Lespert,  el próximo mes de agosto. Es el primer biopic con fundamento sobre el diseñador francés más elegante de la Historia: ‘Yves Saint Laurent’, supervisado por su pareja durante 50 años: Pierre Berger. El otro, titulado Saint Laurent, firmado por Bertrand Bonello es más surrealista y menos documental.

Costó mucho al director, Jalil Lespert, encontrar al hombre que encarnaría a un Yves maníaco-depresivo, hipertímido, antihéroe, que nunca terminó de hallar su lugar en el mundo. Pero lo encontró. Pierre Niney es un actor francés de veintipocos años casi clónico del Saint Laurent verdadero. Cara afilada, ojos algo saltones, gafas de pasta, delgado y alto, dandy. No era fácil el reto. El papel de mecenas, ángel de la guarda, financiero y gran amor de su vida –Pierre Berger– lo interpreta Guillaume Gallienne, muy válido en el papel de gran actor y sombra protectora que le soportó casi todas sus drogadicciones.

 

Y digo casi todas porque, una vez harto de las llegadas a casa a las tantas de la mañana con desconocidos, Pierre se largo a vivir al hotel Lutetia, donde se hospedaron tantos oficiales nazis y también las periodistas de belleza en algunos viajes a París. La mayoría de las críticas de la película son muy positivas porque refleja muy bien su filosofía: ‘la moda pasa, el estilo es eterno’, también la pesadilla de Pierre al observar la lenta decadencia de su novio, su íntima amistad con Catherine Deneuve, Loulou de la Falaise…, los desfiles maravillosos basados en los ballets rusos, en Mondrian

Era muy moderno y un iconoclasta este jovencito que empezó a ser famoso ya como director creativo de Dior, en 1957. Inventó el smoking femenino, masculinizó un poco a una mujer que a ratos le parecía pomposa. El peso de cuatro colecciones anuales aplastaba a una personalidad frágil que también llevó al rostro de las mujeres los colores de Marruecos, de África: el azafrán, el añil, el almagre, el oro rojo, como se llama su última línea de tratamiento. Los colores que siempre nos recordarán a un genio tan modesto que ni siquiera creyó nunca que su moda -hoy en los museos- fuera un arte.