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Podemos ir vestidos como gente corriente sin serlo. La moda viste de normalidad a la clase alta, con fachada de clase media. ¿Le parece normal o normcore? Ponga a prueba su arraigo en el mundo actual. Por un jersey de ochos de Gran Superficie: ¿dónde situaría el normcore de nuestras entretelas? ¿Es una subcultura, es contracultura, tendencia, o revulsivo perfectamente integrado en el paisaje del ‘fashionsystem’? Pulse el botón cuando lo tenga. A mí me parece, sobre todo, una de las manifestaciones más lógicas que hemos alumbrado.

La ‘normalización’ nació como una especie de reacción irónica. O de respuesta natural al hastío que producen la sobresaturación de tendencias y el gran escaparate de Seres Sociales bregando por adaptarse a ellas. El angst del Early Adopter con mucho-que-demostrar, conviviendo en el mismo espaciotiempo con la vuelta de todo del connaiseur. Una concatenación de procesos natural. El Katrina de la moda. Armonía y lógica en el organigrama cartesiano.

El mensaje del estilo básico es claro: “no nos parapetamos tras un estilo determinado, queremos que se intuya nuestra personalidad. Apelamos a la desobediencia. Paso de ti, elaborado disfraz de marca Premium.”

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¿Un ejemplo para situarnos? Para Lola Gavarrón, normcore son Leticia Dolera o Eugenia Silva, mujeres que han conseguido ese chic atemporal aparentemente ‘sin esfuerzo’. El baloncestista Rudy Fernández y Torres Dulce, fiscal general del Estado “que además escribe fantásticamente sobre cine”, completarían el espectro español de la normalidad elegido por nuestra periodista de moda.

Pero no se deje engañar, amante fiel de la camiseta blanca y el vaquero, por el presunto carácter acogedor y descomplicado. Las bases de adscripción incluyen un profundo conocimiento de la moda que se pretende rehuir o contemplar desde la comodidad de la barrera.

Emmanuelle Alt, Directora de Vogue París

Emmanuelle Alt, Directora de Vogue París

“Hace falta la conciencia de sí mismo, es decir, ser conscientes de que no se hace así por descuido, por abandono o por desinterés hacia la moda.”, explica el sociólogo y crítico de moda Pedro Mansilla. “El normcore no deja de ser un movimiento de moda, para ser exactos, muy de moda, y que por lo tanto sólo puede interesar a un colectivo, que después de haber seguido la moda mayoritaria de forma ortodoxa, ha decidido marcar, exquisitamente, cierta distancia con el rebaño de “nuevos ricos” absolutamente fascinados con las grandes marcas y los grandes prescriptores de moda. En el fondo es una rebelión muy aristocrática de hombres y mujeres que se han cansado de este síndrome moderno de ir totalmente “marcados”, de hecho los iconos más famosos del movimiento han sido ex modelos, ex musas o ex it girl.”

En el escenario de análisis, no faltan las voces que detectan en este movimiento la orquestada jugada maestra de los Imperios Low Cost, auténticos beneficiarios del viraje del consumo.

La condición normcore de “aseados, cuidados, bien perfumados y, si me apuras, hasta un poco pijos, hace que la mezcla sea muy interesante, y por lo tanto, muy peligroso para la moda oficial. Lo hayan inventado o no las grandes cadenas de low cost, lo que es evidente es que les beneficia.”, razona Mansilla.

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Si el punk fue estética, pero también reivindicación política, subversión y contracultura, el normcore, sin alcanzar esas consideraciones, bien puede leerse desde la perspectiva de la crisis mundial. El de la moda no es el único terreno que apela a la no-ostentación, el no-consumo, la renuncia a la extravagancia. Normcore es el bodegón que asoma entre la última instalación audiovisual interactiva, el cocido que reivindica su raigambre entre las espumas y esferificaciones en plato grande, el grasabar que no sirve cócteles sino carajillos, la bici sobre la que pedalea el CEO de una gran empresa.

Hay que asumirlo, la normalidad quiere formar parte de nosotros.

¿Aceptamos la invitación? En el peor de los casos, ligar con la normal conlleva cierta pérdida de creatividad. En el mejor, supone el compromiso con un consumo más sostenible y el triunfo de las clases medias –los ‘nuevos pobres’- en la silenciosa, pero muy patente, lucha de clases del llamado estilo de vida.