El archiconocido deseo de ‘casarse con un/a millonario/a’ adquiere una dimensión (aún más) práctica estos días. Llega a nuestros inteligentes dispositivos electrónicos Ivy International, una nueva red de casamenteras a la antigua usanza que conecta entre sí caudales saneados a una clientela peculiar, sin tiempo para encontrar el amor por los métodos tradicionales. Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol de las trotaconventos con wifi incorporada. Eso de conocerse en un bar o en el Súper cada vez es más anacrónico, casi antediluviano. No digamos nada del amor romántico, taaaan siglo XIX, que franquea toda clase de brechas. La novedad reside en las características de la parroquia y en el requisito de admisión: el ingreso de una ‘discreta’ cantidad de dinero, garantía de participar de un exclusivo club de candidatos a formar pareja de iguales. “Money, money, money / must be funny / in the rich man´s world”, cantó Abba. A ver quién es el cuco que lo niega desde una playa paradisiaca.

Portrait of a heart, de Christian Schloe

Como otros clubes o sociedades elitistas, el acceso a Ivy International pasa por desembolsar unos cuantos miles de euros, 15.000 en este caso para la membresía básica. Con ese filtro, el portal se asegura a sí mismo y a los usuarios que los perfiles que se gestionan se corresponden con gente similar. A saber, alto nivel socioeconómico, un frenético ritmo de vida y la secreta pulsión de encontrar el amor, que es lo que a la postre nos calma la angustia de vivir. En Ivy International están los clásicos yuppies y banqueros de toda la vida, pero también actrices, actores, modelos, celebrities, futbolistas…

Una vez demostrada la solvencia, llegan las entrevistas personales para pulir (aquí el proceso se equipara al de cualquier otra agencia) las expectativas y compatibilidades que se buscan en el candidato/a. Se garantiza la protección de datos hasta que el cliente consiente en aproximarse a la pareja potencial. Un plan sin fisuras para encontrar a ése que comprende la soledad de los hoteles de lujo, el aguachirri de los cócteles que no se comparten, el trapillo en que se torna la lencería de seda cuando nadie te la arranca con los dientes.

Esta propuesta se suma a otros exclusivos portales de contactos y redes sociales que parecen llamadas a perpetuar el status quo de los ricos, como Uniqdate (con un sistema de acceso basado en la verificación de su exitoso perfil), Netropolitan (exige cuota de 9.000 dólares el primer año), Affluence (para entrar sólo necesitas unos ingresos de 200.000 dólares al año), aSmallWorld (el Facebook de los adinerados), Elecqt o The Sphere, donde la actividad es similar a la de cualquier otra telaraña social proletaria y una puede dar la turra con su spleen hasta donde le permitan sus habilidades sociales. Quizá no seamos damas de alta cuna, pero seguro que todas compartimos el gusto por la baja cama. Al final es de lo que se trata. ¿No?