No te mentiré (no podría): la primera vez que oí el término ‘exoplastia’, me quedé tan perpleja como picuet. ¿Qué invento sería ése y para qué zona de nuestras baqueteadas anatomías? El palabro contiene tanto evocaciones de albañilería como de exoesqueleto de insecto, así que había que estar preparada para todo.

El diccionario beauty a veces se torna inescrutable. Cuando no nos enfrentamos a una retahíla de consonantes es porque estamos desentrañando los vericuetos del último peinado de moda (a menudo sospechosamente parecido a lo de siempre, pero con una etiqueta de rabiosa actualidad y una bloguerette a su favor). Y cuando no es nada de esto, es porque tenemos entre manos un vocablo fascinante, exoplastia (repítanlo tres veces en sus casas y no me digan si no tiene la sonoridad de Beetlejuice), que responde a una técnica todavía más interesante. Para el pelo. Para alisarlo. Para arrebatarle el encrespamiento propio de los climas tropicales aunque una viva en la Meseta Central de la Península Ibérica. Con resultados, según su carta de presentación, “mejores que la queratina”. Ven hacia mí, estrambótica contracción de nuevo cuño, y cuéntamelo TODO.

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Helena de Troya mosqueada por su frizz (Anthony Frederick Augustus Sandys, 1867)

La exoplastia viene retumbando en nuestros oídos desde 2012. Forma parte del grupo de técnicas destinadas a domesticar el pelo rizado, fosco o encrespado, hazaña que suele ser muy bien valorada por quienes sufren en silencio (o dando mucho la turra) estas condiciones de su pelo natural.

El alisado japonés, la taninoplastia o la ya mencionada queratina forman parte del abanico de posibilidades de alisado que, además, ofrecen un plus de cuidado para el cabello incrustándole distintos activos para que se mantenga saludable y nutrido. Hay que tener en cuenta que los resultados son relativamente permanentes (la duración se cuenta en meses) y que ‘nadie’ –un decir- está dispuesta a sacrificar su melena por acabar con el frizz. Tampoco sale a cuenta tratar el cabello con ingredientes nocivos, entre los que se cuenta el formol. Y es ahí, precisamente, donde radica la mejoría de la exoplastia con respecto a otras técnicas que aún lo emplean. Los productos que obran la magia prescinden del formaldehído y de sus derivados, e incluyen una mezcla de proteínas de colágeno que pasan por un proceso de nanoparticulación y cationización, lo que la convierte en un tratamiento más natural y respetuoso con la materia prima.

Aunque su función principal sigue siendo alisar el pelo, trata la cutícula, sella las puntas y potencia la largura y el brillo. No hay que olvidar que fue creada para cabellos con poco volumen con tendencia al encrespado y al tono mate, aunque todas las cabelleras pueden beneficiarse de este tratamiento porque crea un escudo protector frente a los químicos de los tintes y frente a las agresiones medioambientales.

Sabrosón, ¿no? Te dejamos con el delicado aroma (sin formol) de este tratamiento para que vayas segregando jugos gástricos. La cata definitiva, en unas semanas en ésta, tu pantalla amiga, donde te contaré con pelos lisos y entusiastas señales lumínicas cómo queda la cosa cuando se prueba en las carnes y si realmente representa un paso más en esta cruenta lucha contra el encrespamiento. ¡A mí la cabellería!