Además de distinguir entre las mechas balayage y las baby light con precisión cartesiana, las Bellezas Puras somos de esas mujeres que comen, ¡y cómo! Hace unas noches –siempre con nocturnidad y alevosía-, nos reunimos en 90 Grados casi todas las integrantes de la delegación  madrileña para disfrutar de su sabrosa cocina de mercado y sus no menos exuberantes cócteles. Entre risas, confidencias y críticas a las últimas corrientes filosóficas que marcan los  tintes nuestros de cada día, probamos (y regamos) algunos de lo más suculentos platos que se sirven en Madrid.

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Towanda y Diana Domingo en una sola persona, Eulalia Sacristán; después de un Daiquiri, Beatriz Peña con cara de búho y Malva Rico con su maravillosa sonrisa.

Lo cuento con el buche y el espíritu colmados de amor, como debe ser.

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El ser humano viene celebrando sus hazañas frente a la comida desde el descubrimiento del fuego. Ofrecer alimento es un símbolo de abundancia, de generosidad, y compartirlo un acto de amistad y confianza impreso en nuestro cerebro reptiliano desde que salimos de la ciénaga. De esa idea primitiva hemos desarrollado el arte de alimentarnos con creatividad sin pensar en la supervivencia, sino en el placer. Y esa creatividad es la que impregna la cocina de 90 Grados en su puesta a la mesa de los alimentos de temporada.

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No hay que disfrazar una materia prima que brilla por sí sola, sólo darle un giro inesperado que estimule el paladar. Para que la comida sea la excusa de una reunión fabulosa de la que salir dando palmas, reales o para los adentros.

Empezar, por ejemplo, con el clásico lingote Mi-cuit, siempre denso, y llevarlo a otra dimensión con el toque sensual de la mermelada de violetas, el pistacho y el polvo de oro. Recordar los veranos en el Norte con las láminas de pulpo con emulsión de patata y pimentón, combinación gallega capaz de transformar el estado de ánimo (quién puede estar de mal humor cuando hay pulpo). Disfrutar de una croqueta de toda la vida en versión superlativa: una señora croqueta de 200 gramos rellena de jamón ibérico, es decir, una croqueta de madre que te quiere. Seguir con un risotto de boletus muy bien llevado (en su punto justo de melosidad), hincar el diente a una hamburguesa de pato con queso Brie y foie y rendir justo homenaje a la frescura con un refinado steak tartar. Todo para compartir, también los postres tamaño XXL (a juego con la ‘obscenidad’ del sabor, una carcajada a las restricciones dietéticas que siempre sienta bien a la cabeza).

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Es especialmente recomendable explorar la carta de cócteles. Los mezclan con mucho garbo y van generosos de alcohol. Sí, hasta una Belleza Pura olvida los peligros de los radicales libres y se entrega, muy de año en año, a estos placeres dionisíacos. Gracias a todo el equipo de 90 Grados por acogernos y por procurar que nuestra copa estuviera siempre llena. ¿Cuándo repetimos, amigotas?