Ramón Monegal pertenece a la cuarta generación de perfumistas, que inició su bisabuelo creando Myrurgia. Ahora vuela solo porque prefiere “un proyecto pequeño y libre que no grande y constreñido”.

De conversación fácil, Ramón Monegal habla de todo pero siempre acaba hablando de perfumes. Forma parte de una de las familias de perfumistas más importantes de España: su bisabuelo creó Myrugia, empresa que consiguió una gran presencia en el país gracias a sus icónicos “Maderas de Oriente”, “Joya”, “Maja” o “1916”. Además, la casa trabajó para algunas marcas de moda como Adolfo Domínguez, Antonio Miró o Massimo Dutti.

Ramón Monegal

Hablando con Ramón Monegal te das cuenta de todo lo que sabe y lo poco que sabes tú; no tenemos ni idea de perfumes y Monegal domina el lenguaje y el sentimiento del perfume como nadie. Casi parece que más que crear perfumes los sienta, y transmite toda su sabiduría con una alegría y una fuerza que esas más de dos horas de conversación durante un almuerzo se quedan cortas: quieres saber más, casi quieres meterte en su cabeza para oler lo que él huele. ¡Todo lo que se nos escapa por no tener su nariz! Amante de las motos, de la naturaleza, del cuero, del chocolate, al que incluso perfumó con su perfume Flamenco en una cata con el chocolatero Enrique Rovira, escritor, maestro de sus hijos que están ya en la línea de salida para suceder a su padre. Está convencido, con razón, que el perfume es un gran desconocido y que casi nadie entiende nada sobre él.

Catalán de pura cepa, se siente español; no hay nada más que ver el nombre de sus perfumes: Fiesta, Bravo o el último hasta ahora, Flamenco. Proclama el sentido del perfume como una forma de comunicación y se queja de lo poco que se conoce la perfumería en nuestro país y la poca educación que tenemos sobre ella. En esas más de dos horas de entrevista/conversación me explicó toda su visión sobre su trabajo y su pasión, y que nadie escribe sobre perfumería porque no se sabe nada y que quien tendría que escribir de perfumería son los perfumistas pero que estos están en su laboratorio.

Belleza Pura: ¿Cómo es el perfumista del siglo XXI?

Ramón Monegal: “El perfumista es el que siempre ha mandado pero ahora se le ha metido en el laboratorio y de allí no sale. Yo quiero ser como los chef, que ahora son las estrellas porque son los que pueden explicar lo que han hecho. Nadie pregunta a un perfumista porqué ha hecho este perfume y para qué lo ha hecho.”

B. P.: ¿El olfato se educa o se nace con buena nariz?

R. M.: “Se educa, sin ninguna duda. Los niños tienen muchísimo mejor olfato que los adultos y las mujeres, mucho mejor que los hombres. El hijo conoce a su madre por el olfato. Luego se pierde porque los sistemas educativos no lo fomentan; los demás sí: el oído, el tacto, el gusto… pero el olfato, no. Yo, por ejemplo, empecé muy tarde. El ambiente de mi casa era de perfumistas pero cuando mi padre llegaba a casa le salía la vena de la cocina. Sin embargo, recuerdo siendo muy pequeño, en pleno mes de agosto, ir a Grass con mi padre y tener que cerrar las ventanillas porque el olor a jazmín era sofocante.”

B. P.: ¿Y a usted le gusta cocinar como a su padre?

R. M.: “Sí, me gusta, aunque yo no creo que lo mío sea cocinar sino más bien perfumar: las ensaladas, un tartar de carne (como el que se estaba comiendo en este almuerzo)… cada día le pongo una cosa. Tengo el recetario de mi padre pero ni me atrevo a tocarlo.”

B. P.: ¿Pero usted estaría siempre en la fábrica de Myrurgia oliendo cantidad de perfumes?

R. M.: “Sí, pero sin tener un sistema educativo, simplemente oliendo. Los adultos perdemos el entreno porque el olfato se entrena. Existen dos tipos de olfato: el de memoria, como el que poseen los someliers, es decir, reconocen y recuerdan de dónde viene y qué es, y luego está el creativo, como el cocinero, que dices: mezclas esto y esto y obtengo esto.”

B. P.: ¿Y dónde encaja Ramón Monegal?

R.M.: “Por supuesto en el segundo. Lo que está bien es saber que puedes mezclar algo con algo y saber qué vas a tener: los maridajes. Lo que pasa es que con la edad se pierde olfato y a mí, mi médico me está controlando.”

B. P.: ¡Qué faena para un perfumista!

R.M.: “No, porque una cosa es la creación y otra la evaluación. Esto es como Bethoven que pudo componer siendo sordo. Yo puedo componer, puedo escribir una fórmula igual que un cocinero, una receta porque tenemos el oficio y sabes sin probarlo qué va a dar.”

B.P.: ¿Seguro del todo?

R,M.: “Al 100% no, pero casi.”

B.P.: ¿Cómo se empieza a hacer un perfume?

R.M.: “Yo defiendo el poder de comunicación de un perfume y mi intención es no coger ingredientes porque sí porque la labor es más complicada. Escribo un guión sobre lo que deseo comunicar y después, tengo que buscar los ingredientes para cumplir ese guión. Hay una parte literaria importante y elegir los ingredientes es fundamental. Detrás de un buen perfume, además de una “nariz” importante tiene que haber una buena técnica y hay que evaluar los ingredientes.”

B.P.: Un trabajo muy complicado…

R.M.: “No, yo no lo veo muy difícil porque escojo esos ingredientes en función de sus valores. Me parece muy importante dejarlo por escrito aunque en esto sea pionero. El perfume no se entiende porque es una obra abstracta hasta que alguien no te lo explica, pero si ese alguien no es el perfumista no lo vas a entender porque los ingredientes tienen valores. ¿Cuál es la función de una flor? ¿Por qué huele una flor? Porque el olor se expande en el aire y atrae a los insectos que la polinizan; luego tiene una función sexual de atracción… Cuando yo utilizo una flor, la utilizo con esa intención, la de seducir.”

Ramón Monegal

B.P: ¿Y esto sirve tanto para hombres como para mujeres?

R.M.: “Claro, el hombre también necesita seducir. Yo me he puesto un perfume floral híperfemenino y nadie me ha dicho que oliera a mujer… y, sin embargo, me han dicho qué bien hueles… La flor tiene un claro valor de seducción. Cuando desarrollo un guión, hay una primera frase, como en los relatos, y con esa tienes que enganchar. Las primeras notas son para seducir, pero luego viene el nudo, que es el corazón, que es lo más importante, y es ahí donde se define la actitud: si es más de flor, más de maderas -que es la fuerza-. Cuando un perfume tiene madera da más protección, más seguridad. Por eso, en una época dijeron que la flor era más de mujer y la madera, más de hombre, pero ahora se está usando más madera para la mujer porque ya no se la percibe como un florero sino como alguien con formación, que trabaja y que, probablemente, le dé más fortaleza que el hombre.”

B.P.: Menuda teoría sobre el sexismo…

R.M.: “El perfume no es ni masculino ni femenino ni unisex, es actitud. Lo que nadie pregunta es qué comunica ese perfume, porque la manera de evaluar un perfume no es si me gusta o no; es si me conviene o no me conviene, si lo que comunica está bien maridado con mi imagen visual o no. Soy de la opinión de que no hay perfumes buenos  ni malos sino que hay perfumes bien llevados o mal llevados. El perfume es como un zapato que cuando es nuevo aprieta por todos los lados. Y si hay quien dice que tal perfume no le gusta, yo le digo que espere e intento convencerlo; hay que darle tiempo. Tengo la teoría de que si le das tiempo, te habitúas a él y él se habituará a ti y depende de cómo te perfumes.”

B.P.: ¿Cuál es su ingrediente fijo?

R.M.: “Tengo varios, pero mi obsesión es el iris, que es un producto muy complicado, el más complicado de todos porque es el más caro que existe y también el más indefinido y el más ambiguo. No es una flor, es una raíz y esa raíz huele a tierra, así como de macho, muy fuerte, pero por otro lado huele a empolvado, muy de caricia, muy de ternura, con lo cual es una moneda de doble cara. Y, además de ser el más caro, dura poco. Y también me gusta el cuero, que es un olor fetiche. Me gustan las motos y me gusta el cuero. Cuando coges una pieza de cuero y la hueles hay pocas cosas más electrizantes que el cuero…”

B.P.: ¿Cómo hay que perfumarse?

R.M.: “Si quieres perfumarte para tí, hazlo desde atrás y tú lo olerás, y por delante lo olerás menos y lo olerán los demás. Cuando cambias de perfume a uno nuevo, el sentido del olfato lo huele más que cuando es uno que ya lo llevas usando un par de años. Y aunque tú no lo huelas, los demás sí. Despreciamos el poder del comunicación y de identificación que tiene el olor. El perfume tiene que sumar, nunca restar y tiene que darnos mayor seguridad, pero sobre la imagen olfativa que proyectamos no sabemos nada y nadie nos ha enseñado, y como nuestra imagen visual cambia, también tendría que cambiar nuestra imagen olfativa”.

B.P.: ¿Cómo está la perfumería en España?

R.M.: “En España hay un gran grupo, Puig, que tiene un valor enorme aunque su base de negocio está en hacer los perfumes para las grandes firmas y yo, por el contrario, estoy trabajando para llevar los perfumes de nuestro país fuera. Me tienen que reconocer fuera para que me reconozcan aquí. Voy a los Emiratos Árabes y me ponen alfombra roja. Franceses e italianos se dan toda la importancia del mundo, algo que nosotros no sabemos hacer. Es una labor de márketing, porque nosotros lo podemos hacer mucho mejor. Creo que en España tenemos una cultura muy ligada al arte y el arte de España sí que está bendecido en todo el mundo. La Marca España tiene que hacer mucho más porque en el fondo no ha hecho nada. Gracias a los Amancio Ortega, a los Mango y a los Massimo Dutti nos conocen pero no podemos competir y yo estoy haciendo el intento de competir con ellos”.

Ramón Monegal

B.P.: ¿Cualquiera de sus perfumes los puede llevar una niña de 15 y una mujer de 65?

R. M.: “Yo he visto niñas de 15 años bien perfumadas, que lo que llevan está muy bien y he visto señoras de 65 muy mal perfumadas porque lo que están llevando no es lo mismo que lo que están diciendo con su actitud.”

B.P.: ¿Qué hay que hacer para perfumarse bien?

R.M.: “Lo más importante es el criterio de evaluación, que es el mismo que tienes para elegir un jersey o unos pendientes. La imagen olfativa va por delante de nosotros, de nuestra imagen visual y permanece cuando ya no estamos, con lo cual tiene una importancia muy superior a lo que la mayoría cree. Y se trata como si fuera un accesorio porque la moda ha intentado que lo sea, pero el perfume es anterior a la moda. El olor es algo que viene desde hace miles de años y es tan importante que los chamanes se comunicaban con los dioses quemando resinas y flores secas; tenían más poder que el rey. De los chamanes pasó al poder, el rey, y luego a la aristocracia y al final, al pueblo.”

B.P.: ¿Usted cambia mucho de perfume para sí mismo?

R.M.: “Continuamente. Tengo un problema y es que tengo muchos, unos que son míos y otros que no. Tengo uno de cabecera que es mío aunque me cuesta porque siempre aceptas mejor lo que hacen otros que lo que ha hecho uno mismo, quizá por pudor porque soy consciente de que no es perfecto. Pero a mí no me gusta acabar, me gustan las imperfecciones. Cuando un perfumista me dice que necesita 1.200 ensayos para hacer un perfume yo le digo que no sabía lo que buscaba. Y no digo que yo lo haga a la primera, pero a la segunda o a la tercera, sí”.

B.P.: ¿Está ahora con algún proyecto?

R.M.: “Estoy haciendo una trilogía de Ibizas porque Ibiza para mí tiene muchos ángulos. La Ibiza que yo conocí era brutal y tiene magia e internacionalmente da mucho juego. Lo presentaré en breve. Hago tres Ibizas: una isla blanca, un café del mar y un flower power. Todas tienen una misma base pero luego tiene connotaciones diferentes. Y también estoy con un proyecto para un perfume de hombre para Adolfo Domínguez [con el que ha trabajado desde siempre] y luego hago perfumes a medida, que es muy divertido, porque te encuentras con gente a la que puedes acompañar y hacer una obra de arte. Intento no banalizar la obra, y como tal obra de arte, es única. La fórmula es mía aunque doy derecho de uso durante 15, 20 años o para toda la vida. Podemos hacer un perfume que sea la columna vertebral y después que cada persona vaya tuneándola. Pero primero, cuando voy a hacer un perfume para una persona, antes tengo que educarla porque no es lo que yo voy a hacer sino lo que voy a intentar transmitir, cómo debes usar ese perfume que es combinándolo”.

B.P.: ¿Y eso se puede hacer?

R.M.: “Claro, es la industria la que ha dicho que no. Desde siempre en culturas muy antiguas se ponían olores en diferentes partes del cuerpo y luego se mezclaban. Yo, por ejemplo, me ducho, me pongo primero un citrico, me seco y luego me perfumo.”

B.P.: Una pregunta práctica: ¿cuánto dura un perfume?

R.M.: “Te dura años, así que no tires los que tengas por ahí. La cuestión es que no tenga cámara de aire porque es lo que lo estropea y luego, la luz. Lo más que puede pasar es que la primera nota de salida esté un poco enranciada; dejas pasar esa nota y, al revés, ese perfume está súper bien macerado y tiene mejor difusión”.

Ramón Monegal

B.P.: ¿El recambio generacional está asegurado?

R.M.: “Sí, mis hijos me están obligando a mantenerme al pie de cañón, aunque me tomo las cosas de otra manera. Tengo muy claro que mientras tenga las inquietudes que tengo lo único que deseo es no bloquear a la generación que viene detrás. Y lo que estoy haciendo es adaptarme por ellos a la nueva formulación molecular. A mis hijos primero les dije que tenían que estudiar y luego les he dado un oficio”.

B.P.: ¿Después de tantos años en el mundo de la perfumería, cómo ve el sector?

R.M.: “Creo que divulgamos poco y que la responsabilidad es del propio perfumista, que antes el perfumista hablaba con el clientes y que ahora que tengo tienda en Barcelona y a veces atiendo, veo que el cliente sabe muy poco y que echo en falta algo que explique el mundo del perfume. Estoy escribiendo un libro sobre el lenguaje del perfume pero no sólo para mis embajadores, que son quienes luego venden mi perfume, sino para que la gente se documente. El deseo de cualquier consumidor es tener un olor diferente a los demás y ése es el futuro. ¿Cómo lo haremos? Los pequeñitos lo haremos pero los grandes, no”.

B.P.: ¿Está cómodo siendo pequeñito?

R.M.: “Fenomenal. No me haré rico, pero estoy fenomenal.”