Cuando el 8 de marzo mayea: bienvenid@ a nuestro post feminista del mes.

Querid@ lector o lectora, dos puntos. Como sabes, el seno de Belleza Pura es un auténtico y muy literal seno femenino nutritivo y pleno: todas las redactoras somos mujeres. Y qué mujeres, añado, pero ése es otro tema. Los días 8, fecha en la que conjuramos la celebración del 8 de marzo, no hablamos de mamoplastias, ni de productos, ni siquiera ‘de nuestras cosas’, sino que nos regalamos este espacio para pulir la tecla en los asuntos que nos preocupan y consideramos parte de la conciencia común.

Dicho este preámbulo, lo cierto es que tenía intención de hablar de otras cosas en mi turno de mayo. Me había planteado un post festivo, de celebración de todo lo que se ha conseguido, de poder, de fuerza… Un enfoque triunfal. Pero es difícil sortear el último caso tristemente ‘de moda’ en nuestro país: la sentencia de La Manada. Un veredicto que ha puesto el acento sobre una herida que no se cierra, y que ha centrado las miradas y el debate en el mismo núcleo del código penal, siempre sujeto a interpretaciones. Que, por cierto, se pueden y probablemente se deban recurrir, si es que a ‘la denunciante’ le queda fuerza. En cualquier caso, ¿cómo administrar justicia en un caso de tantísima complejidad?

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No, 9 años no me parecen poco para la citada piara, ni soy quién para pedir que se pudran entre rejas. Hace 9 años yo tenía 29, y me han pasado tantas cosas desde entonces que no me puedo ni imaginar haber vivido una privación de mi libertad. No, no he cogido la antorcha para bramar por una dolorosa agonía para los jueces. Ni soy jurista ni he asistido al proceso, no he escuchado los alegatos de una y otros y sólo sé lo que he podido rescatar de unos y otros medios de comunicación. Con todo, el asunto me viene chirriando.

Como mujer que lleva un tiempo en este planeta, mucho me temo que ‘la denunciante’ fue violada con todas las letras y su significado, aunque las muestras de coacción no fueran más evidentes que las de una más que avasalladora mayoría física. No debería ser necesario que le pongan a nadie un cuchillo en el cuello ni que le aten con cadenas para hablar de intimidación. Creo firmemente en su bloqueo -y hasta puedo experimentarlo haciendo un mínimo ejercicio de empatía-, en que no opusiera resistencia para que pasara rápido, en su trauma, su humillación. Lo pienso, lo siento y me hierve la sangre, el mismo punto que a unas las lleva a movilizarse -gracias- y a otras a pasarlo como buenamente pueden. Actuemos a conciencia para que jamás se repita algo así.

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Me surgen infinidad de preguntas. ¿Cómo es que este caso no tiene precedente? ¿Es la primera vez en la historia que una mujer ‘se deja hacer’ para que no le pase algo peor? Que haya vídeos de los actos, grabados por los sujetos en cuestión entre mofa y befa, ¿no debería reforzar el testimonio de la víctima en lugar de invalidarlo? ¿Por qué un juez ha interpretado que se veía ‘sexo en grupo en un ambiente de jolgorio y regocijo’? Si tantas personas podemos imaginar cómo se sentía la víctima, en lo que no deja de ser un ejercicio de abstracción -ojo, que tampoco estoy sugiriendo que se haya de legislar en función de intuiciones-, ¿por qué existe este divorcio entre la empatía colectiva y el poder judicial? Si la anulación de la víctima es ‘la normal en estos casos’, dicho por psicólogos y sociólogos estos días, ¿por qué la ley no la contempla y reconoce? Si hemos leído minuciosamente todo lo que la sentencia reconoce como hechos probados y se nos han puesto los pelos como escarpias, ¿por qué el dictamen de los jueces no va en consonancia? ¿Qué ha fallado, la sentencia o el código penal? ¿Quienes sentimos disconformidad con la sentencia? ¿Cómo hacemos que las mujeres que se sienten desprotegidas y desligitimadas no tengan pánico al volver solas a casa? Y la pregunta del millón, ¿por qué no dejamos de enseñar a las mujeres el miedo y empezamos a decirle a los hombres que el deseo se puede controlar?

No deja de ser curioso que en un país donde nos gusta llamar al pan, pan, y al vino, vino, resulte razonable llamar agresores a los violadores. Quizá la ley deba humanizarse otro poquito y empezar a pensar más con el coño.