El kéfir, esa bolita blanca metida en agua o en leche, sigue causando furor como probiótico.
El kéfir es una bebida fermentada con una serie de microorganismos y conocida desde hace miles de años. En su composición entran bacterias y levaduras u hongos y se desarrolla en leche entera (ni semidesnatada ni desnatada) o en agua y es muy similar al yogur de toda la vida. Desde la antigüedad se le ha asociado beneficios para la salud, como ajustar el sistema inmunitario, el metabólico, la microbiota intestinal, y la cicatrización de heridas.
¿Es tan bueno como lo pintan?
Mucho antes de que se pusiera de moda, ya había tomado kéfir allá por los años 80; no es que fuera más lista que nadie, es que tengo más años y por aquel entonces, durante unos interminables veranos en Denia (Alicante), las amigas de mi madre se paseaban por la urbanización con un trocito de algo parecido a un ramo de coliflor que luego metían en leche y que tomábamos a todas horas. Por la mañana se lavaba con un colador y se volvía a meter en leche donde pasaba 24 horas. Y vuelta a empezar. Aquello crecía que se las pelaba y cuando ya tenías mucho, intentabas endilgarle el trocillo de la susodicha “coliflor” a algún otro veraneante. Era una especie de juego piramidal en el que al final de verano había kéfir en todos los apartamentos.
Por supuesto, las “madres” decían que aquello era buenísimo y a nosotros no nos quedaba otra que tomarlo sin rechistar porque aquel trasiego de kéfir no se podía parar. ¿Sus bondades? Ni las recuerdo… o sí, que era muy bueno para la tripa, que se iba de maravilla al cuarto de baño, pero aquello no fue más que un verano y del kéfir no volví a saber nada más; supongo que acabó yéndose por el váter para nuestra tranquilidad. En aquel entonces lo de probióticos ni se conocía a pesar de que el término se acuñó en 1960 y que su significado es a favor de la vida.
¡Y mira por donde fui una adelantada en esto del kéfir! Ahora es trendic topic y todas las celebrities lo toman porque es buenísimo para todo porque ejerce una acción protectora contra los organismos patógenos que se cuelan en nuestro organismo, nos ayuda a digerir mejor porque descompone de una manera más sencilla la lactosa (el azúcar de la leche) por lo que algunos intolerantes a la lactosa, los que tienen baja intolerancia a la lactosa pueden tomarlo porque al elaborarlo, la leche pierde parte de la lactosa. De todas formas, siempre es mejor probar y ver cómo sienta. (Las intolerancias no son un único problema; cada intolerante es único, y os lo digo por experiencia). Su mayor virtud, si la ciencia no dice algo más -que aún no se ha pronunciado- es que es un gran contenedor de probióticos, que sirven para mejorar la salud de nuestro intestino, es decir, que enriquece nuestra microbiota.
Es un alimento fácilmente asimilable por la mayoría de las personas pero no es un medicamento. ¡Ojo! Ni cura ni adelgaza y en cuanto a su aporte nutricional depende de con qué tipo de leche se elabore: vaca, cabra u oveja.
También se puede elaborar con agua, porque los nódulos de kéfir pueden introducirse en agua o en zumo y se llama kéfir de agua, una mezcla de bacterias y levaduras que se encuentran en una matriz de polisacáridos creada por bacterias y que también son conocidos como Tibicos, hongos del Tíbet u hongos tibetanos. Aquellas personas que no desean consumir leche o que llevan una dieta vegetariana puede encontrar en este tipo de kéfir los probióticos necesarios. Tampoco se ha pronunciado la ciencia acerca de este tipo de kéfir aunque sí se sabe que posee menos bacterias y levaduras que el de la leche.
Tampoco os agobiéis si no tenéis kéfir: no estáis demodés ni nada parecido porque hay alternativas: lo que sí tenéis que hacer es cuidar tu microbiota, la comunidad de microorganismos vivos que alberga el tubo digestivo humano y que se ha adaptado a vivir en la superficie del intestino desde hace milenios. Nuestro intestino contiene unos 100 billones de bacterias (unos dos kilos) de unas 500 a 1000 especies distintas y es tan importante su cuidado, al que le hemos dado tan poca importancia, que incluso se le ha denominado el segundo cerebro y actúa como un órgano más.
Lo que se sabe sobre la microbiota es que cumple una función indispensable en la nutrición y el metabolismo; la interacción entre los microorganismos que forman la microbiota intestinal produce energía y vitaminas y ayuda a absorber el calcio y el hierro del colon. La microbiota intestinal previene la invasión de otros gérmenes o el sobrecrecimiento de estos con potencial patógeno y es importante sobre el desarrollo del sistema inmunitario.
Por todo esto, los probióticos son un aporte importante cuando, por ejemplo, has tomado antibióticos ya que ellos te ayudan a mantener tu microbiota en orden. Muchas investigaciones están a favor de que se incluya en nuestra dieta alimentos probióticos, como el chocolate negro, chucrut, yogur o kéfir, quesos blandos, pepinillos fermentados… Y otras, muy recientes -de los primeros días de este mes de septiembre- cuestionan el uso universal de los probióticos anunciando que podría afectar de forma diferente a cada persona y, en algunos casos tener un efecto menor de lo esperado. Siempre que alguna información sobre salud indica las bondades de algo, alguna otra es más cautelosa con estos efectos. Es lo bueno que tiene la ciencia, que está siempre en marcha.
Y, si en tu dieta hay pocos probióticos, siempre puedes incluir un complemento nutricional, como Arkobiotics de Arkopharma, que te ayude a mantener tu flora intestinal en plena floración porque contiene hasta 10.000 millones de 5 variedades de fermentos lácticos, u otro similar. Tu médico y en tu farmacia pueden aconsejarte cuál es el que mejor te viene.