Un estudio de Pornhub desvela que más de la mitad de los solteros españoles ya no practica sexo ni da besos en la boca por miedo a la Covid-19.

Que la pandemia ha hecho estragos no es nada que no sepas. El pánico al contagio de la Covid-19 se ha apoderado de la inmensa mayoría de la población provocando, entre muchas otras cosas, un cambio en el enfoque del ligue. La razonable confianza en el ser humano durante los primeros encuentros -digamos que lo que se solía resolver con el uso de preservativos– se ha convertido en abstinencia forzada por el miedo a la infección. El sexo se confina debido a una sospecha no confirmada, en una presunción de culpabilidad. El 54,1% de los solteros del estudio de Pornhub admite haber dejado de besar en la boca por este motivo. El infierno, definitivamente, son los otros.

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Y si nuestra vida social de carne y hueso se ha sustituido por los conciertos en streaming, las plataformas de reuniones, las visitas culturales cuasi holográficas, las apps de festejos y el resto de remedos con los que estamos parcheando la situación, el consumo de porno ha seguido el mismo camino como alternativa a la sexualidad rica en física y química. Ojo: las parejas también emplean el porno como divertimento y estímulo extra. En cualquiera de los casos, una buena parte de los usuarios reconoce haber encontrado apoyo en la imaginería pornográfica para sobrellevar el confinamiento. Y lo que sin duda es lo más lamentable: un elevado 68,5% de la población encuestada considera que, en la actualidad, es más difícil que antes conocer gente nueva.

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Leía en la prensa hace unos días que la tercera ola será mental. Quizá sea un reto aún mayor que recuperar la economía recuperar la confianza en una convivencia estrecha, cálida, humana, sin mascarilla ni distancia social. Recuperar la confianza en que ‘el otro’, lo ajeno y desconocido, no esconde un enemigo oculto. El porno es inofensivo -y divertido- para un adulto hecho, derecho y con un sustrato emocional sólido siempre que se utilice como un parche, no como una solución. Como el resto de sustitutos virtuales con los que entretenemos las ganas de vivir, el porno no oye, no sabe y no huele.

¿Es la anosmia de la Covid-19 la única que nos ha de preocupar?