Cada verano, con el termómetro disparado y las playas repletas, reaparece un fenómeno tan común como preocupante: la obsesión por el bronceado. Lo que para muchos es una búsqueda estética puntual, para otros se convierte en una necesidad patológica.

Hablamos de la tanorexia, un trastorno psicológico que empuja a algunas personas a exponerse compulsivamente al sol -o a cabinas de rayos UVA– con el único objetivo de mantener un tono de piel oscuro. Siempre más oscuro. Nunca lo suficiente.

tanorexia-2

Tanorexia: una dismorfia en clave dorada

Al igual que ocurre en la anorexia, donde la percepción corporal está distorsionada y el espejo devuelve una imagen deformada de una misma, en la tanorexia sucede algo parecido: quienes la padecen se ven demasiado pálidos incluso cuando su piel está ya intensamente bronceada. Este trastorno no figura oficialmente en los manuales psiquiátricos, pero dermatólogos y psicólogos lo reconocen como una variante del trastorno dismórfico corporal con consecuencias físicas y mentales relevantes.

La tanorexia se manifiesta especialmente en adolescentes y adultos jóvenes, a menudo influidos por estándares estéticos que glorifican el bronceado como símbolo de salud, belleza y estatus. El resultado es una relación insana con el sol, marcada por la ansiedad, la baja autoestima y, en muchos casos, la negación del riesgo.

El sol también quema por dentro

Los efectos de esta obsesión solar son acumulativos y devastadores. Según datos de la Asociación Española de Dermatología y Venereología (AEDV), la incidencia del cáncer de piel ha aumentado un 40 % en los últimos años. Y no es casualidad. Una exposición prolongada y reiterada al sol provoca quemaduras, envejecimiento prematuro, manchas, arrugas profundas, lesiones precancerosas y melanomas. La piel tiene memoria, y recuerda cada exceso con precisión quirúrgica.

Además del daño visible, el abuso del sol tiene una dimensión menos evidente: refuerza circuitos de recompensa cerebral similares a los de otras adicciones. La luz ultravioleta estimula la liberación de endorfinas, lo que genera una sensación de bienestar que algunos persiguen como si fuera una droga. Por eso no basta con advertencias; la prevención requiere comprensión del trastorno y, en algunos casos, tratamiento psicológico.

peligros tanorexia julio iglesias

Ídolos con socarrat

No faltan ejemplos mediáticos que han alimentado el fenómeno. La piel eternamente tostada de Julio Iglesias es ya parte de su leyenda, aunque él lo atribuya al sol natural y a su herencia genética. Donatella Versace, con su piel curtida a golpe de rayos UV, ha sido una de las imágenes más asociadas al ‘bronceado extremo’, al igual que diseñadores como Valentino o celebridades de reality shows.

Sol sí, pero con cabeza

Desde Nara Seguros, que con motivo del Día Europeo de la Prevención del Cáncer de Piel han lanzado una campaña de concienciación, recuerdan que la protección solar no es un gesto estético, sino una decisión de salud. Entre las recomendaciones básicas:

  • Usar protección solar de amplio espectro (mínimo SPF 30), incluso en días nublados.
  • Evitar el sol entre las 12:00 y las 16:00 horas.
  • Reaplicar el protector cada 2 horas.
  • Utilizar sombreros, gafas y ropa adecuada.
  • Realizar revisiones dermatológicas periódicas.

Como dicen desde la compañía, ‘no se trata solo de estética: estamos hablando de un riesgo real para la salud’. Y es que el bronceado puede ser deseable, pero el cáncer de piel, desde luego, no lo es.

Una sombra sobre el ideal de belleza

Cada vez somos más consciente de los peligros de los excesos estéticos, desde las dietas extremas a las intervenciones quirúrgicas innecesarias. Así, la tanorexia merece una atención que va más allá de la anécdota. No es una frivolidad de famosos ni una moda estacional, sino un problema de salud pública con raíces profundas en nuestra cultura visual.

Quizá ha llegado el momento de que brille más la piel sana que la piel bronceada. Porque si hay algo que debería ser tendencia este verano es protegerse. Sin obsesiones, sin dismorfias y sin quemarse, ni por fuera ni por dentro.