La mujer, como la osa. Pues no faltaba más.
Nos lo han dicho desde pequeñas. El vello corporal femenino, en Zonas No Adecuadas -esto actualmente viene a ser cejas y pestañas-, genera espanto, inquina, vituperio, vejación e ¡incluso asco!
Axilas, ingles, labios vaginales, monte de Venus, ano, brazos, piernas, deditos de manos y pies, espalda llegado el caso… Si tienes un segundo cromosoma X, notarás cierta presión social que te empuja con empeño hacia toda clase de artilugios depilatorios, so pena de que se cierna sobre ti la mismísima ira de tu género, del otro y de quien pase por allí, si no te avienes gustosamente a ese sutil sistema de control.

Desde hace años, el feminismo, esa cosa que está tan de moda últimamente y que llena plazas, avenidas y bares, ha anotado en su agenda política la reivindicación del vello corporal femenino como derecho y decisión propios de cada una de nosotras. Derecho que viene disfrutando el hombre desde que se alzó sobre sus dos extremidades y pegó un sonoro alarido reproductivo (no, no ha sido hace 2 días).
¿Qué tendrá una abundante y espesa mata de vello en, pongamos, el muslamen derecho, que en una dama hace vomitar a una cabra y en un hombre deja completamente indiferente?
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