Amy Winehouse fue despedida ayer, a ritmo de So far away de Carole King, una de sus canciones favoritas. Sólo tenía 27 años, pero había vivido rápido. A su espalda una carrera extraordinaria pero muy corta.
Hasta las pruebas toxicológicas no se conocerá la causa de la muerte, la autopsia no la ha aclarado, pero la sombra de las drogas, que llevaban marcando y destrozando su vida en los últimos años no ha dejado de sonar desde que el sábado, su guardaespaldas, la encontró sin vida en su casa del barrio londinense de Camdem.
Una de sus últimas actuaciones fue a mediados de junio en Belgrado, volvió a dar la nota, era incapaz de cantar sus canciones y tampoco recordaba el nombre de sus músicos. Después suspendió el resto de su gira europea, con parada en Bilbao incluida. De nuevo intentos de rehabilitación.
En 2006, Black to black, su segundo disco, supuso la consagración internacional de la cantante. El álbum, en el que Amy había compuesto todos los temas, ganó cinco de los seis Grammy a los que optaba. Y ahí comenzó el declive. Su vida en estos 5 años ha sido un auténtico culebrón con drogas, alcohol y marido en la cárcel de por medio. Tenía un talento increíble, pero su gente, su familia, no supieron enseñarle lo fundamental de la vida para sobrevivir a una fama que le llegó de manera muy rápida. Había dejado de ser noticia su faceta de cantante y sólo se hablaba de sus idas y venidas a centros de desintoxicación y el desastre de sus conciertos. Después de su muerte, se han disparado las ventas de Black to black.