Dejar el tabaco tiene sus consecuencias físicas y mentales. Te esperan días de vino y rosas.
Si has apuntado ‘dejar el tabaco’ en tu pulcra libretita de papel de 2019, sepas que estás a punto de vivir una serie de transformaciones químicas y físicas dignas de Peter Parker.
No es que queramos contradecir a Sara Montiel, faltaría plus, pero fumar, por placentero que resulte una vez se ha producido el enganche a la nicotina, a la elegante (y tan publicitada) parafernalia del gesto y a no tener que pensar qué hacemos con las manos, no es exactamente lo mejor para la salud. Pero tú eso ya lo sabes, que te pasas el día leyendo que el tabaquismo es la primera causa de muerte evitable en España –y que te estás planteando forrar los paquetes para no tener que ver esos pulmones achicharrados con los que te quieren convencer de que lo dejes quienes te lo venden-.
Lo que igual se nos escapa a quienes nos gusta hacer señales de humo de tanto en tanto –la periodicidad va al ritmo de la adicción- es todo lo que pasa en nuestro cuerpo cuando apagamos el cigarro. En un plazo de tiempo muy corto, el organismo empieza a expresar los beneficios de respirar por su cuenta y riesgo, beneficios que, a la larga, devienen en una digievolución a una persona no fumadora. Una persona que bien podrías ser tú antes de contraer el vicio. Nos lo cuentan los expertos del Hospital Nuestra Señora del Rosario.