Hambre ‘emocional’ alude a los atracones de comida que se producen para paliar la ansiedad, el estrés o incluso la tristeza.
Comer para calmarse, para encontrar consuelo -al menos, durante un rato- y no para saciar el apetito o descubrir la última fantasía con estrella Michelin de alguna súperstar de la gastronomía. Un problema que va más allá de la dieta elegida.
El hambre emocional no tiene demasiadas caras. Se presenta bajo el aspecto de tu ‘yo’ más ansioso y decaído, florece en un contexto de autodestrucción y consigue generar un círculo vicioso del que es difícil salir indemne: atracón ansioso en estado de trance – asunción de lo que se ha hecho – culpabilidad – castigo – vuelta a empezar.
¿A la postre? Kilos de más, autoestima por los suelos y la posibilidad (con tendencia al infinito) de propiciar conductas negativas, como la ‘purga’ con vómitos, laxantes o ayuno, o la práctica desmedida de ejercicio físico.
Dominar las emociones es esencial en todos los planos de la vida. Da seguridad, empodera, facilita mucho las cosas. Pero no basta con saberlo: hay que hacerlo, y para ello nos podemos apoyar en métodos que ya han testado con éxito otros seres humanos en las mismas circunstancias. Como el mindful eating, que esencialmente viene a ser impregnar la comida en la sosegada aura del ‘aquí y ahora’.
No son muchos pasos y seguro que lo consigues en cuanto te lo propongas. Como siempre que trates de cambiar un hábito, localiza el problema, date un margen de error y recuerda valorar tus avances.
Se acabó sentarse a la mesa (si es que llegas a sentarte) para curarte las heridas.