
Recuerdo esas amebas refulgentes, triángulos color chicle o rombos violeta chillón que dibujaban una túnica de Pucci que mi madre tenía allá por 1965, cuando hice la primera comunión. Era esa época en que las señoras se ponían gorros de latex con flecos y anémonas de mar prominentes para nadar en la piscina y cuando Mary Quant y Twiggy impusieron el pecho plano y las gafas redondas a lo John Lennon. No eramos conscientes entonces de la revolución Pucci.
¿Qué estaba aportando este marqués florentino que no había hecho ascos al fascismo italiano? Pues aportaba un sinfín de estampados apetecibles, ondulados, tan psicodélicos como las alucinaciones que veían los Rolling Stones después de meterse unos trippies de LSD.
Un nuevo libro de Taschen -Emilio Pucci- la mágica editorial que nos permite recrearnos como nadie en la vista de cualquier artista, nos pasea por la vida de un licenciado en políticas que acabó diseñando primero pañuelos y echarpes para la alta sociedad norteamericana, y ha acabado figurando en negrita destacada en la Historia de la moda. Habíamos dejado colgando lo que revolucionó y renovó. Yo creo que, aparte de sus estampados warholianos, logró desencorsetar a la mujer sesentera de tejidos un tanto rígidos como el piqué, la organza, el tafetán, para envolverlas en un punto de seda muy sensual, comodísimo, que se adaptaba como una nueva dermis a las curvas femeninas. Seguir leyendo…