
"Mujer", de Albert Oehlen
Últimamente he recibido un par de informaciones sobre un tema fascinante que no me era del todo desconocido: la medicina genómica.
Mi primer contacto con la “genoquéeee” fue hace unos tres años, a través de la web 23andme, alojada en ese limbo fuera de toda ley –y que se mantenga así toda la vida, a cuenta del criterio individual- que es internet.
De su veracidad no opino porque no es el tema. Nunca mandé mi saliva a California, pero sirvió para implantar el término en mi baqueteado cerebro e investigar un pelín en su día.
Básicamente, la medicina genómica integra la genética en la medicina tradicional. Define mediante un análisis genético cuál es tu predisposición personal a padecer determinadas enfermedades, a título preventivo y paliativo.
En el mejor de los casos –aquí es donde ya no llegan las páginas de internet-, una vez cartografiado tu mapa genético, un especialista en la materia traduce todo ese intrincado lenguaje de genes al que manejamos el común de los mortales, y de manera clara y específica, te dalos códigos de uso sobre esa valiosa herramienta que ahora posees. La clave es la personalización del tratamiento. No valen normas generales, se aplica lo que realmente necesitas.