Hace poco, comiendo tacos con mujeres preclaras –no todas lo son, pero éstas sí-, hablábamos de la costumbre mexicana de contabilizar los años de difunto. “Mi hermana ya tiene 7 años de muerta”, expresan sin pudor ni turbulencias, en su saludable relación con El Gran Kaput.
De Bette Davis deberíamos llevar la cariñosa cuenta del tiempo que pasó a ‘mejor vida’. ¡Cómo se echa de menos una dama con tantísimo atractivo! Con esa mirada displicente, amarga y sardónica, y esa disposición para soltar un acertado exabrupto existencial entre volutas de humo. Tan ágil que parecía que se hubiera escrito las agudezas ella misma.
Este mismo año, la Davis nos cumple 25 de muerta. Para rendirle merecido tributo, se estrena en el Festival de Cine de San Sebastián el documental El último adiós de Bette Davis, dirigido por Pedro González Bermúdez. La cinta refleja la última visita de la actriz a la capital guipuzcoana en 1989, a sus todavía lúcidos 81 años, con motivo del homenaje que iba a recibir.
¿Cómo olvidar a este ‘monstruo’, si elevó a lo sublime películas encomiables de por sí como Eva al desnudo o ¿Qué fue de Baby Jane?? Bette Davis no es una simple intérprete. Es un tótem.