El hábito de cuidarse los dientes debería empezar en la más temprana infancia.
No hay que esperar ni a que haya dientes, aseguran muchos expertos. A un bebé recién nacido se le pueden limpiar las encías con un pañito empapado en agua potable para retirar los restos de leche y para que se acostumbre a la rutina higiénica. Más adelante llegará la (sencillísima) ‘batería’ de cuidados compuesta por el cepillo y la pasta que les acompanará toda su vida.
¿La principal ventaja de consolidar el hábito? Mantener los dientes toda la vida. Otras aluden a la estética o la convivencia, que nada hay más desagradable que unos piños llenos de sarro, restos de comida o un aliento pestilente. El reto principal: conseguir que un niño pequeño que se cree inmortal y ajeno a la enfermedad entienda todo esto. Te damos algunas ideas de cómo lograrlo.