Las marcas se ponen de manifiesto para abanderar una lista de buenas y nuevas intenciones como declaración de principios.
En nuestra querida sociedad de consumo cada uno consume lo que necesita y elige marca de confianza según sus modelos ideales de conducta e iconos al uso. Se pagan cifras desorbitadas a las celebrities del momento para dar la cara, la voz y la sonrisa a un determinado perfume, maquillaje, ropa o gafas de sol en sus campañas publicitarias.
Se nos regalan los oídos con solidaridad a favor del cáncer de mama, los niños autistas, el SIDA, el bullying, la protección de los océanos, la gente guapa o las tallas XXL con el fenómeno de las mujeres curvys más sexys y valientes. No hay duda que las firmas comerciales quieren vender y se lo toman con filosofía, sin perder nunca de vista el objetivo principal que es seducir al consumidor para que compre su producto.
Y parece ser que se vende más y mejor si el objeto en cuestión suma emociones, de todo tipo (visuales, acústicas…), en especial si se asocian al tren de algún icono incipiente, causa o movimiento que pueda sensibilizar a su favor al público objetivo.
Comprar es cada día más “emocionante” para todo aquel que se pueda permitir un packaging que vaya más allá de la marca blanca, sin sueños que vender, pero a un precio más competitivo.