La cosmética, ‘primero que todo’, se lee. Descubre qué queda en las cremas una vez las despojas del marketing.
Se acabaron los actos de fe. El consumidor demanda nociones científicas, estudios a doble ciego, compromiso ético y social y efectividad. O, por lo menos, resultados realistas. Inteligencia cosmética.
Hay mucha confianza en el acto de comprarse una crema. Prácticamente se puede equiparar a la oración de los angelitos que guardan mi cama. Confías en una marca bien posicionada porque percibes valores que te dan la seguridad necesaria para desembolsar lo que te pidan por ella. Más importante aún, para someter a escrutinio los resultados con cierta generosidad (‘pues sí parece que se suavizan las arrugas con este contorno’). El marketing es tan despreciable como admirable: nos convierte en creyentes y, en muchos casos, lo hace con arte y salero.