
“De comidas y de cenas, están las sepulturas llenas”, nos dice la sabiduría popular. Sí, pero la corte de sabios de antaño también dijo aquello de “Tripita contenta alaba a Dios”. ¿Con qué te quedas, la penitencia, el exceso o el siempre ansiado equilibrio del “una vez al año no hace daño”?
Las Navidades son muchas cosas, un sinfín. A destacar entre todas ellas: las grandes comilonas. Gusten mucho o poco estas fechas, el jamoncito siempre encaja entre los debates a favor o en contra, la bandejita de quesos curados alivia tensiones entre familiares malencarados, el sempiterno foie roba el corazón del abuelito cascarrabias, el pavo relleno enamora el alma del niño que sólo piensa en los regalos.
Hay quien teme todas estas viandas, al ver en ellas la encarnación demoníaca de la lorza, el máximo enemigo del mes de enero -aún más que la empinada cuesta– y de la que luego hay que deshacerse con sudor y lágrimas en el gimnasio.
Esta apreciación, aunque correcta, no deja de ser pelín exagerada. Quitarse la lorza cuesta, pero no todos los alimentos que contribuyen a su crecimiento son más malos que la quina. Algunos hasta tienen sus vitaminas y sus muy buenos nutrientes, no veas en ellos calorías vacías. Y sobre todo, tenlo en cuenta cuando te metas en la boca el canapé de caviar que tanto te apetece, nada favorece más la digestión que una conciencia tranquila.
Veamos qué tienen de bueno algunos de los alimentos navideños más típicos.
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