
El otro día una gran amiga me envío un correo para ponerme al día de esta tremenda injusticia. La historia me indignó y me estresó sobre manera. Tenía mil cosas que hacer y a toda prisa, como la mayoría de los que no estamos en paro y seguimos insistiendo en sobrevivir apagando fuegos y tirando como podemos hacia adelante. Pero, nosotros podemos. Sin embargo, hay otros que ni siquiera tienen la posibilidad de luchar porque no pueden ni intentarlo y necesitan ayuda para todo.
En lugar de comunicar que los tortuosos y kilométricos tacones de aguja parece que se bajan un poco más al suelo para situar los pies en un lugar más cercano a la tierra y que se llevará el tacón midi; con una longitud mucho más humana y practicable, he decidido cambiar radicalmente de tema. Sinceramente me ha parecido que tiene mucho más sentido, es más urgente y humano comunicar el problema de los sordociegos españoles. El que tenga oídos que oíga y el que tenga ojos que lo lea. A pesar de como están las cosas, sigo creyendo en la solidaridad. España no es sólo un país de chorizos, somos bastante solidarios.

Esta es la carta:
“Qué las cosas no van bien ha dejado de ser noticia para convertirse en la falta diaria de pan para muchas familias. A algunos, además de pan, les falta la vista, el oído y el habla y necesitan bastante ayuda. A la una de la madrugada, la 1 de TV (TVE), ha emitido un reportaje que me ha encogido el corazón hasta hacerme llorar. Trataba de la vida diaria de un grupo de sordo-ciegos, que viven en la única Residencia que existe en España (en un pueblo de Sevilla que se llama Salteras) para los que como ellos, vivirían totalmente aislados de no ser por un pequeño grupo de trabajadores que les cuidan, les protegen, les ayudan y, en la medida que pueden les enseñan a TODO (en la expresión más amplia de la palabra).
“Y es, que algo que parece tan simple como llevarse la cuchara a la boca, lavarse los dientes o las manos, vestirse, ducharse o colgar una toalla, también requiere un aprendizaje especial cuando no es posible ver ni oír y por consecuencia, ni siquiera hablar.
A todo esto les enseñan, e incluso a comunicarse con el mundo exterior, al que de otra forma les sería imposible acceder. Y lo hacen con una dedicación admirable de la única forma posible en estos casos, es decir, mediante el tacto de las manos. Las caricias, la ternura y las pacientes enseñanzas que estos seres humanos perciben de sus monitores, parecen ser el motor que les impulsa a ser felices e incluso a llenar sus vidas y sentirse útiles, haciendo sencillas manualidades que se ponen a la venta con precios simbólicos y que no dejan de ser un granito de arena en la subsistencia de la que consideran su casa, en la que se sienten protegidos y en la que a pesar de sus tremendas dificultades, parecen haber hallado su sitio”.
¿Cuantos sentidos y sentimientos nos faltan a nosotros?
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