Querida urbanita mía, ratita presumida de asfalto, audaz transeúnte que recorres tu ciudad con pericia de taxista y temeridad de ciclista, dime, ¿no echas un poco en falta algo de oxígeno en tu piel? ¿Algo de jugo, tono saludable y luminosidad, la sensación de que las células ‘respiran’? Un sorbito siquiera, sin abusar, algo que te dure hasta las próximas vacaciones lejos de la plasta gris a la que llamas cielo.
Yo sí. Y no debo ser la única porque sin –desesperada- demanda, no habría oferta. Y se lleva, se lleva esto del oxígeno en alta concentración, cómo no se va a llevar si hasta existen los bares donde te lo sirven para que inhales como en los fumaderos de opio clandestinos pero en sano. Bendito sea el O2 que nos da la vida, regenera y embellece. Achuchada y ‘sedienta’ de la sustancia, he estado en Gema Cabañero prueba que prueba y me han enchufado una dosis tópica que no creeríais, pura vida, pura fuerza de cambio, y perdón por el eslogan preelectoral, pero la cosa se nota y con perseverancia e inversión económica debe ser la bomba. Y sin pinchazos.