
Efecto lifting manual en ‘Brazil’ de Terry Gilliam
Sostienen los consumidores más atentos, quizás un poquito cansados, que el marketing gusta de un golpe de efecto más que de comer con las manos. Así es. En mi bandeja de entrada, se arremolina información con el encabezado de marras: efecto pestaña postiza, efecto botox, efecto lifting, efecto vacaciones (invocando abstracción poética), efecto flash (como la vida misma) y mi preferida: efecto buena cara. ¿Crear ilusión de buena cara ¿Acaso no basta con tener pensamientos positivos, hacer el amor como una jabata, beber mucha agua y desear la paz mundial cuando pasa una estrella fugaz? Ay, la filosofía del ombliguista buenrri sin fundamento… ¿Qué será más pazguato: creer en el efecto buena cara o sonreír sin ganas?
Pero que le doy deriva. Decía que El Efecto causa buen efecto y que tras la efectista apostilla, se sucede la esperanzante zanahoria de que esta vez sí, nos veremos pestañote, contorno de 20 años, cara de cóctel a la orilla del mar y rictus de estar generosamente atendidas.
El efecto cala inmediatamente. Primero, al oído. Y después, a la zona a tratar, que para eso nos hemos enclaustrado en el laboratorio durante diez años para hallarlo.

El caso es que los resultados de la toxina botulínica apetecen, pero no tanto las molestas agujas, el impertinente desembolso económico o la amenaza del efecto Nicole Kidman. O del efecto Meg Ryan...
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