En MEM encontrarás una carta de servicios beauty prácticamente inagotable y un activo esencial: las terapeutas.
Cuando se busca un centro médico estético de confianza, entran en juego varios elementos. La propuesta es un básico, por supuesto, así como la credibilidad de las firmas con las que trabajen o la efectividad y vanguardia de los tratamientos, pero al final, por mucha cabina supersónica de alta tecnología en la que nos metan, son las personas, su técnica y su sensibilidad las que nos enganchan a los sitios. Y yo te cuento que MEM merece mucho comentario precisamente por esto último, sin desmerecer sus otros atractivos.
En MEM -colindante, por cierto, a la sede de cierto partido político que me produce horror, vértigo y morbo– he probado dos tratamientos. Uno con aparatología (y manual) para oxigenar la piel y darle un necesario empujón hacia la viveza y la lozanía, y otro totalmente manual con el noble propósito de enlentecer un ratito el proceso de envejecimiento. Ambos, operados por la misma persona. Uno de esos seres extraordinarios que a veces te encuentras en estos espacios de belleza del mundo, dotado con el raro ‘don’ de transformar la piel y el estado de ánimo con la simple imposición de las manos. Una de esas personas con magia en el tacto, el sentido del vínculo, capaz de crear un vaso comunicante con la persona que está tirada en la camilla y hacer efectivo hasta el paso de un humilde tisú. Ella se llama Maite y es un lujo para tu careto: garantizado desde mi nutrida experiencia en la cosa del sobe estético.
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