La meditación te puede dar superpoderes… ¡y si no mira a David Lynch!
Meditar, meditar. El verbo de moda entre señeros círculos de creadores, como el mencionado cineasta, Lena Dunham, Madonna, Katy Perry o Martin Scorsese.
Cualquiera diría que meditar es como beberse un batido de Kale con espirulina tras cascarse un circuito de yoguilates en gravedad cero, una de esas actividades que posiblemente sean ‘buenas’ para una pero a las que rodea cierto halo de extravagancia y de publicidad chusca que las abarata. Sobre todo cuando, además, resulta que se comercializa como la fórmula crecepelos.
Meditar es gratis, sin embargo. Y a pesar de los múltiples negocios que te la venden en forma de retiros, talleres y charlas. No demasiado fácil, aseguran quienes lo practican y practican hasta alcanzar la maestría en la técnica. Control (y poder) mental, de eso va la cosa.
Focalizarse en las ventajas siempre ayuda a emprender el camino. Oigan, no se sientan mal por querer saber en qué les va a beneficiar eso de tomarse tiempo para ustedes mismos y hacer ejercicios mentales dirigidos. Meditar es bueno, buenísimo, lo digo yo y lo dice, ¡ja!, David Lynch desde su muy rentable trademark ‘meditación trascendental’. Ya sólo nos queda aprender a hacerlo sin dejarnos un ojo de la cara.